Hoy retorna el buque escuela vela Unión de la Marina de Guerra del Perú, luego de su travesía por distintos puertos americanos. El mascarón de proa de la imponente embarcación, rescata la figura de Túpac Yupanqui. Conozca a la autora de esa escultura en la siguiente crónica. , Luis Pérez / Revista Rumbos Lo ha creado y lo ha hecho nacer con sus propias manos, ante el desconocimiento de los peruanos. Sus manos hablan por si solas. Cuentan historias. Una es la de ella, y la otra es la del navegante. Juntas dejan en claro que el hijo del inca Pachacútec y la colla Mama Anahuarque, regresó del olvido para emprender rumbos exploratorios por aguas transoceánicas con el afán de transmitir paz y hermandad mundial. PUEDES VER: Ucayali: José Castro, el maestro invisible de Yarinacocha Y es que la escultora peruana Pilar Martínez Woodman ahora conoce tanto de él, como él de ella. “Siento que él me habla y sabe de mí. Es por eso que me dejó expresarlo tal cual”, revela la artista plástica, quien afirma que mantiene una relación profunda con la naturaleza. Esa misma que se manifiesta en el espacio y ella lo ‘expresa’ a través del arte. La escultora en pleno trabajo creativo. Foto: Pilar Martínez De pronto, su pensamiento navega en el tiempo. Sus gestos también lo cuentan así. Vuelve a aquel lunes 18 de enero del 2016, fecha en que su obra cumbre era colocada en la proa del buque escuela vela Unión de la Marina de Guerra del Perú, el más grande de Latinoamérica y el segundo más grande del mundo, hecho en los astilleros de los Servicios Industriales de la Marina (Sima). “Fue un momento inolvidable. Pues a pesar de tantas preguntas, jamás le quité la mirada de encima, ¿lo recuerdas? Tenía mucho cuidado de que le pasara algo cuando los técnicos lo instalaban. Pero el encaje quedó preciso", recuerda Martínez, mientras en su nuevo hogar señala la proa –en maqueta–, donde a la arcilla, y, luego a la plastilina, le fue dando la forma, rehaciendo la figura incontables veces hasta que quedó lo más cercano a la forma del Túpac Yupanqui o Topa Inga Yupanqui, su nombre según María Rostorowsky. Y es que Martínez tuvo que investigar, navegar y dibujar, pero, también hacer yoga y meditar muchísimo para conectarse con el personaje y revivirlo. Solo así lo visualizó para llegar a la imagen y semejanza del Túpac Yupanqui, el mascarón de proa del BAP Unión. “Leí a muchos cronistas de la época e historiadores. Así supe que su historia era muy importante, aunque no muy conocida como las de otros personajes peruanos”. Rostro imponente del mascarón de proa del BAP Unión. Foto: Luis Pérez Con la meditación y el fruto de una vasta investigación de la iconografía prehispánica, empezó a trazar líneas en una hoja. Los dibujos debían ‘expresar’ a un hombre de gran porte y de una presencia que imponía respeto y admiración por ser el unificador del Imperio del Tahuantinsuyo en su apogeo. Además de ser el que navegó mar adentro con guerreros y mujeres, llevando nuestra cultura ancestral –como el código del quipu– hasta a la Polinesia, tal y lo describieron en su momento los historiadores José Antonio Del Busto y Pedro Sarmiento de Gamboa. Pero las características físicas de Tupac Yupanqui, que salió victorioso de diferentes campañas por las cuatro regiones del Tahuantinsuyo, no fue lo único que llamó la atención y curiosidad de Martínez. Los elementos de la vestimenta como el unku, la mascaipacha y el estandarte (detallados en las crónicas de Guaman Poma de Ayala), también jugaron un papel importante. Cada detalle fue estudiado, revisado y reelaborado en la composición. Desde los pies hasta la cabeza. Desde la piedra de los 12 ángulos hasta los siete rayos del Dios Inti (Padre Sol). Esos detalles cargados de simbologías precolombinas, fueron reconstruidos por la artista como si se tratara de un rompecabezas y sin que pierdan su esencia. Un trabajo bien ‘expresado’ cuando llegó el momento de fundir el bronce en uno de los más tradicionales talleres los Custodio y hacerlo hablar como hace con las piedras y la plata. En esos instantes finales, las visiones de Tupac Yupanqui fueron esenciales. Instalación de la obra cumbre de Martínez Woodman en el BAP Unión. Foto: Luis Pérez "Mirándolo directamente a los ojos, me coloque exactamente en lo que sería el horizonte del mar, al cual dirigí su mirada que profundicé varios centímetros más adentro en la arcilla. Dándole así, espíritu y vida tal y como visualice sería la mirada del modelo de un navegante. Deseaba hacerla transparente, pero penetrante y concentrada como si fuera un ojo de vidrio", cuenta. "La obra era monumental y debía enfatizar en ello pues se contemplaría a distancia”, agrega Martínez, quien ahora es la que observa al horizonte. Tal vez ese espacio fue el mismo que observó la escultora cuando se enteró que sería la encargada en traer a la vida a la impecable figura de El Resplandeciente, que si o si debía trasmitir un espíritu artístico y humanista, de dualidad entre la naturaleza y los humanos. Un trabajo de casi 14 meses que dio fruto una escultura que posee un ritmo y una composición con cadencia. Y sí que cayó en buenas manos el encargo de la Marina de Guerra del Perú que rinde honores al más grande viajero inca, quien volvió a nacer y regresó con el afán de profesar paz y hermandad mundial. Una conexión que Pilar Martínez Woodman siente, vive y expresa a través del arte. "Quiero todos conozcan la historia de este verdadero héroe. Y no me cansaré hasta lograrlo", es su anhelo... La escultura considera que los peruanos debemos mirar nuestras raíces. Foto: Pilar Martínez