A más de 3 486 m.s.n.m. Justina Amancio sazona su historia de vida y encanta a los paladares de Jesús, la capital provincial de Lauricocha (Huánuco). , Luis Pérez / Revista Rumbos El titular suena a un pasaje bíblico de la vida de Cristo, pero no lo es. Tampoco en la descripción hay capítulos ni versículos. Mucho menos es la narración de algún profeta o apóstol. Solo es un relato donde el personaje principal es una sierva. Aunque no precisamente del Todopoderoso, sino de la gastronomía. Esa con la que enamora en Jesús, la capital de la provincia de Lauricocha (Huánuco). PUEDES VER: Huánuco: EcoAventura, fiesta deportiva en las alturas de Lauricocha "Solo me queda chicharrón con cancha y tocosh, jovencito", anuncia, mientras condimenta la tentadora oferta con una sonrisa en su rostro resquebrajado por los años y el sol andino. Su inquebrantable carisma es capaz de convencer al más sibarita. Pero lejos de lo que a simple vista deja ver, esos ojos humedecidos dicen otra cosa. "Desde tempranito me levanto para cocinar y vender. Solo así me puedo ganar el pan de cada día". Y es que Justina Amancio, la sierva de la gastronomía, es una madre aguerrida que hace caso omiso a las casi inexistentes oportunidades del Estado para las personas que viven en el Perú profundo. No hay frío o enfermedad que la detenga en su quehacer. Ella misma es con tal de salir adelante. Y es por eso que, camuflada en una vestimenta de lana y manta multicolor, deja todos los días el caserío de Tambopata para enrumbar un amplio recorrido y cumplir su propósito: hacer latir el corazón de Jesús con su buena sazón. Y si que hace estallar de felicidad los paladares. En menos que canta un gallo sus ollas de barro han quedado vacías. Pero eso ocurre porque hay fiesta en el pueblo. Así nomás no llegan visitantes en cantidades. "Los otros días si tengo que ir de calle en calle, de puerta en puerta y obtener unos centavos", afirma. Es así que Justina desde hace más de 40 años puede tener al menos una ayudita para los gastos en el hogar o apoyar en la educación de sus hijos menores. Pero ella no está sola. Olga Calero y Edivia Correa, tía e hija respectivamente, también son parte de su historia que no tiene nada que ver con un pasaje bíblico o ha sido redactado por algún profeta o apóstol. Es ella misma quien lo escribe al son de los cucharones y las desveladas. Es ella misma quien no da marcha atrás. "La procesión se lleva por dentro, pero a seguir ¿no?...", testifica con una acongojada voz. De pronto, aún envuelta por la melancolía, revela uno de sus sueños: "Me gustaría tener una cocinita. Esa que sale en la televisión. Solo tengo una artesanal en mi casita". Y esas son las últimas palabras de Justina antes de emprender su viaje de retorno a Tambopata, antes de ese eterno abrazo que se dio con el viajero, quien no es un profeta o sabe leer las hojas de coca, pero se atreve a pronosticar que ella tendrá pronto su anhelada cocina. El dato Si Usted se anima a visitar Jesús (Lauricocha, Huánuco), no dude en buscar por la Plaza de Armas a Justina. Ella encantada de ofrecer picante de cuy, tocosh, caldo de jamón, chicharrón con chancha serrana, entre otras delicias.