En el Día de la Madre, Lina Támara ofrece velas, estampas y detentes en la iglesia de Santo Domingo, para que sus hijos puedan estudiar. Su profesión será la mejor herencia, afirma. Sus sueños tienen el olor del sahumerio., Luis Pérez / Revista Rumbos Sus ojos brillan. No precisamente por el reflejo de las velas encendidas. Tampoco por los rayos de sol que iluminan su rostro cansado, cuando el tañido de las campanas de la Catedral se esparce por los viejos jirones, avenidas y callejones del Centro Histórico de Lima. PUEDES VER: Día de la Madre: encuentre el mejor obsequio en la feria De nuestras manos 2016 Sus ojos brillan por “el amor por mis hijos”, se sincera la mujer que se abriga con un telar rojo para esconderse de los vientos del otoño. Y es que Lina Támara es una madre coraje, valiente, decidida, capaz de darlo todo para que los suyos pudieran concluir una carrera profesional. “No me avergüenzo. Siempre me dediqué a vender estos productos, para ayudar a mi esposo, que es taxista, a mejorar la economía del hogar”, revela Lina, después de ofrecer estampas, velas, inciensos, detentes y rosarios a los feligreses que ingresan y salen de la iglesia de Santo Domingo. Es así como ella, los martes, viernes y domingos, se gana la vida para dejarles a sus hijos el mayor de los bienes... ¿un auto?, ¿una casa?, ¿varios terrenos?. No, nada de eso: sus profesiones. “Es la mejor herencia que los padres podemos dejar”, esa es la consiga de una madre que, lejos de descansar en su día, ha preferido enrumbar sus pasos al espacio urbano que cada domingo, antes de la misa de las 9:00 de la mañana, la espera para ser su cómplice en su obstinada lucha por le bienestar de sus hijos. Aun así es un santo domingo para ella. "Dios lo puede todo", afirma, luego de escuchar el repiquetear de las campanas, de dejar que los rayos del sol reaviven sus anhelos; y que las velas iluminen una vez más su espíritu de madre.