Las crónicas por el Día del Trabajo continúan con la historia de Guillermo Ramos, el pescador de Supe (Barranca, Lima) que en la inmensidad del Pacífico honra la herencia de sus ancestros. , Luis Pérez / Revista Rumbos No hay forma de saber con exactitud cuantas veces la deliciosa brisa marina ha besado su rostro surcado por la experiencia. Tampoco de las veces que ha ingresado a los dominios de la Cochamama. Pero sí del tiempo dedicado a la cosecha de los frutos del mar: 58 años. Y es que don Guillermo Ramos es un pescador de pura cepa. PUEDES VER: Rumbos laborales: Watson, el shipibo confeccionista Él lo lleva en sus genes. “Mi abuelo fue pescador. Su padre también; entonces, existe una herencia familiar que no debe perderse. Esa es la mejor manera de mantener vivo el legado de nuestros ancestros”, revela, mientras une los hilos de nylon de la red con que atrapará algunas especies de la biodiversidad oceánica. Eso es lo que enseñó su abuelo, quien, desde muy pequeño, lo instruyó –para empezar– en las técnicas artesanales para la fabricación de atarrayas de algodón nativo tal y como los antiguos pobladores de Áspero lo hacían. “Ellos cruzaban los hilos y le colocaban mates para que puedan flotar. En actualidad los materiales han cambiado, pero la ciencia sigue intacta”, enfatiza don Guillermo, quien continúa tejiendo a escasos metros del vaivén de las olas que bañan las orillas del valle de Supe.