Mañana se celebra el Día del Trabajo y Rumbos se anticipa a las celebraciones con la historia de Watson Rengifo, quien dejó su comunidad shipiba en Coronel Portillo (Ucayali), para confeccionar su propio destino., Luis Pérez / Revista Rumbos Atardece. Aquí el cielo no se tiñe de mágicos colores. Tampoco existe el verdor amazónico que se impregna en las retinas, pero si un río hablador que no se parece al que baña las orillas de su Comunidad Nativa, Puerto Bethen. Un espacio de pura vida que atesora saberes ancestrales y una interminable biodiversidad. PUEDES VER: Arquitectura amazónica: los techos de irapay Watson en plena elaboración de una de sus mochilas. Foto. Ángel Chávez Aún así, por más lejos que se encuentre, él escucha el susurro de la naturaleza. Esa voz que sale de Callería para vencer el frio de la puna andina y llega hasta la ciudad de cemento, donde exclama un alentador: ¡tienes que salir adelante por tu familia y por ti! Es así que entre los hilos, las telas y las agujas, Waltson Rengifo, paciente y apasionado, confecciona su propio destino desde su hogar, una modesta casita de madera en una de las estrechas callecitas de la Comunidad Shipiba Cantagallo, a pocos metros del río Rimac y bajo un cielo gris y sin alegría. “Vine porque necesitaba tener una profesión. Tengo muchos años viviendo acá, pero extraño estar en mi naturaleza: la Amazonía”, atribulado abre en su mente el baúl de los recuerdos, mientras sus ojos se humedecen. Guarda silencio. Inhala y exhala. Vuelve al dialogo. “Antes de llegar a Lima decidí ser alguien en la vida y ahí voy”. Sacrificó fiestas y caprichos para comprar su primera máquina de coser. Foto. Ángel Chávez Motivado por avanzar en el camino del éxito, encontró trabajo en un taller de confecciones. Pero Waltson oía día y noche la frase ‘yo quiero ser mi propio jefe'. Y es que él tenía una idea de negocio: crear su propia empresa de confección textil. Guardó ahorros y liquidaciones del taller y de una empresa constructora. Por su cabeza no cruzó la idea de gastar ese dinero en fiestas o caprichos. Su sueño se tenía que hacerse realidad. “Todo sacrificio tiene su recompensa. Compré máquinas de coser y otras herramientas para mi taller, pero ya tenía en cola a los primeros clientes”, afirma. Pero el camino sigue. Watson ha formado una alianza empresarial con su familia. Y es que las mochilas que confecciona tienen un valor agregado: bordados shipibos. Su madre y hermanas son las responsables de darle el toque amazónico y étnico a sus trabajos. “Quiero que eso se vuelva realidad”, es su anhelo… El dato Watson tiene su taller instalado en la Comunidad Shipiba Cantagallo, frente al Mercado de Flores del Rímac. También puede llamarlo al 978 119660.