Nery Medina ofrece frescura de todos los colores en el límite de Lince y el Cercado de Lima.,Luis Pérez / Revista Rumbos Hasta cuando el sol no despierta para encender con sus rayos el cielo limeño, el verano se siente en toda la capital, entonces, nunca está de más darse un tiempito para refrescarse con una colorida raspadilla. Pero tras el hielo bañado de jarabe, se encuentran historias de trabajo y esfuerzo de personajes anónimos que llegaron a Lima para ganarse la vida en esta compleja metrópoli. PUEDES VER: Lima: helados naturales para un verano saludable Ese es el caso del huarochirano Nery Medina. “La pobreza en las provincias de Lima es extrema, a pesar de estar a un paso de la capital”, sentencia y se entristece. Y es que Medina y su familia tuvieron que dejar su natal San Andrés de Tupicoha, para probar suerte y encontrar oportunidades en Lima. “Con mi esposa decidimos poner un pequeño negocio. Lamentablemente, nuestro reducido capital fue afectado por la inestabilidad económica que se vivió durante el gobierno de Alberto Fujimori”. Aun así, contra viento y marea, logró posicionarse en una esquina de la avenida Francisco Lazo (Lince), para iniciar un pequeño negocio. “Vendía panes todas las mañanas. De ahí frutas, pero no era suficiente. Mis hijos necesitaban educarse”, cuenta atribulado, pero el anhelo de salir adelante por su familia fue tan grande, que aprovechó el verano para tentar suerte en otro negocio. Jarabes para la perseverancia Y fue así que encontró en la venta de raspadillas una gran oportunidad. Pero como nada es fácil en esta vida, tuvo que aprender a preparar los jarabes de frutas. “Al principio fue complicado. Con el tiempo he ido mejorando…”. Se acabaron las palabras. Clientes a la vista. ¿De qué sabor desea amigo?, pregunta. “De todo”, le responden. Al instante pinta el raspado de hielo con la dulzura de sus jarabes de fresa, mango, coco y lúcuma. También hay de camu camu, aguaymanto y chirimoya –en honor o acaso por nostalgia de su Huarochirí–. De pronto, uno de sus caseritos se acopla a la conversación. “En mis tiempos los jarabes estaban en botellas de vidrio. Tenían un corcho que era introducido por el cálamo de la pluma de la gallina. Por ahí salía el néctar”, ilustra Eduardo Manrique, quien atesora muchas anécdotas raspadilleras de la Lima criolla y jaranera. A diferencia de antaño, el ‘Señor Raspadilla’ –así bautizó Nery a su puesto– posee una caja dispensadora para mantener en buen estado los jarabes. “Así el consumidor tiene mayor confianza y compra mi producto”, revela su estrategia. Lo que si conserva es la maquina raspadillera manual. Él se mantiene firme en su convicción de usar este implemento y no uno electrónico. “El hielo de agua purificada se raspa mejor con este aparato. No salen trozos. Así, mis clientes saborean la ‘nieve’ como si fuese un algodón de azúcar”. Tiene razón, todo es tal y como él cuenta. Los jarabes saben a pura fruta. No hay indicios de colorantes. El hielo está en punto nieve. Los clientes se van más que satisfechos, excepto don Manrique que, por más que su raspadilla se ha convertido en líquido, continúa dando rienda suelta a sus añoranzas. Mientras tanto, el cielo rebelde de Lima aún no despeja, pero en el horizonte de Nery no hay brumas. Igual su corazón encendido palpita en la esquina en la que se gana la vida, una esquina de refrescantes sabores frente al mercado Rospigliosi, en el límite de Lince y Santa Beatriz (Cercado de Lima). El dato El 'Señor Raspadilla’ también ofrece chicha de maíz morado, refresco de maracuyá y marcianos de todos los sabores. En Rumbo Lugar: Intersección de las avenida Manuel Segura y Militar. Horario: Lunes a domingo de 10:00 a.m. a 6:00 p.m. Costos: De tres a seis soles.