Antes de navegar por las irresistibles aguas del Titicaca, aproveche su visita al altiplano para conocer Puno. No se arrepentirá.,Rolly Valdivia / Revista Rumbos Las calles son para bailar. No importa el día –pero no ocurre todos los días– ni la hora, tampoco el solcito quemador o el viento helado. Lo interesante es entregarse al ritmo. Lo saben esos jóvenes que irrumpen alegremente con sus evoluciones, lo saben los transeúntes que les abren paso, lo comprenden los conductores que esperan el final de ese desfile para reanudar su marcha. PUEDES VER: Gran Saposoa, la ciudad perdida en la selva de San Martín Pero nunca falta un apurado que derrocha su impaciencia con sendos bocinazos, aunque esas estridencias son opacadas por los trombones de la banda-orquesta espectacular que acompaña a los bailarines. Dichas melodías se convierten, también, en el soundtrack de los turistas extranjeros –por eso lo escribimos en inglés-, algunos de los cuales intentan imitar aquellos movimientos. No lo logran, pero igual disfrutan del insospechado fin de fiesta en una ciudad de altura, famosa por su lago de leyenda, pero apenas conocida por sus atractivos urbanos. Esos que suelen mirarse de soslayo, como si no valiera la pena otear el panorama de Puno (3.810 m.s.n.m) y del Titicaca desde la cumbre del Huajsapata, un mirador natural cerquita nomás de la Plaza de Armas. Un ascenso breve y no tan retador para coronar ese cerrito “testigo de mis amores”… perdón, no de los míos, al menos no hasta ahora. La situación parece ser distinta para muchos hijos de la ciudad lacustre que siguen entonando ese huaynito dedicado al mirador. Lo curioso es que la letra siempre genera una sonrisa cómplice en el rostro del cantor. La causas que generan esa sonrisa se la dejamos a su imaginación, mientras tanto, este escriba volverá a subir a Huajsapata, como lo hizo varios años atrás en los días previos a la festividad de la Virgen de la Candelaria. En aquel entonces desconocía totalmente la canción, de haberla sabido se las recitaba a esas señoritas que observaban fascinadas el panorama urbano y lacustre. A falta de letra, solo les sonrió tímidamente. Fue inútil. Ellas solo tenían ojos para contemplar el Titicaca, ese mar interior de cuyas aguas emergieron Manco Capac y Mama Ocllo. Bueno, eso es lo que cuenta la leyenda; una leyenda que, a diferencia del huayno, si la sé muy bien. Así que se las conté a las ya mencionadas señoritas, cuando ellas comenzaron a observar con curiosidad la estatua del primer inca. Y es que el fundador del Tawantinsuyo está en lo más alto de Huajsapata. Se podría decir, con ironía y en sentido figurado, que él también es testigo o cómplice de los amores que nacen en el cerrito, aunque ahora el mítico hijo del sol, solo atestigua el arribo solitario de ese periodista que inició su jornada de redescubrimiento de Puno, en el Arco Deustua. Un arco y un templo Así lo llaman aunque ese arco no se erigió para rendirle homenaje al prefecto Deustua. Eso hubiera sido un exceso de idolatría, ya que el mencionado personaje fue quien ordenó y lideró el proceso de construcción de ese monumento de piedra con el que se reconocería eternamente a los vencedores de las batallas de Junín y Ayacucho, gestas que sellaron la libertad del Perú y América. Todo eso ocurrió en el siglo XIX, cuando este sector de Puno era el límite norte de la ciudad. Ahora es parte del Centro Histórico, lo que demuestra el crecimiento de la capital altiplánica. A pesar de eso, la mayoría de sus atractivos turísticos se pueden visitar caminando, por lo que es hora de iniciar la marcha hacia el parque Pino y la iglesia de San Juan, el Santuario de la Virgen de la Candelaria. Iglesia humilde, de quechuas y aimaras. Aquí no rezaban los españoles ni los criollos enriquecidos. Aquí, la Virgen no solo era la madre de Cristo, era también la madre tierra. Así nacería el culto, el amor, la reverencia hacia la imagen de la Candelaria, la mamita que se aparecía en Laykakota para auxiliar a los mineros y que en alguna ocasión salvó a Puno de las huestes rebeldes de Catari y Vilcapaza. A pesar de sus raíces coloniales, San Juan resalta por su estilo gótico del siglo XIX. Y es que el templo fue remodelado en la época republicana. Eso la hace totalmente distinto a la Catedral barroca que sorprende por su fachada labrada con motivos religiosos e indígenas. Un conmovedor despliegue de arte e imaginación que parece ser obra de la inspiración divina. Eso es lo que viste al descender del mirador Huajsapata. Y es que ya estás en el centro del centro. La Plaza de Armas con su monumento a Bolognesi, el balcón del Conde de Lemos y la llamada casa del Corregidor, una vivienda centenaria que se encuentra en perfecto estado de conservación. En su interior se han acondicionado diversos negocios y establecimientos comerciales. Antes de acercarse al lago es necesario visitar el museo municipal Carlos Dreyer, que atesora las 500 piezas de oro y las momias encontradas en Sillustani, complejo arqueológico que habría sido la última morada de los jerarcas precolombinos que gobernaron el altiplano. Sus imponentes chullpas de piedra son un atractivo indiscutible que se complementa con la belleza de la laguna Umayo. El último tramo. A pie o en mototaxi hasta el puerto lacustre y el buque Museo Yavarí, una histórica embarcación del siglo XIX, tan histórica como el colegio San Carlos, cuyos alumnos son los que hoy tomaron las calles. ¿Quién lo hará mañana? Nunca se sabe en Puno. En Rumbo Acceso: Por vía aérea hasta Juliaca y por tierra hasta Puno (una hora). Céntrico: Salvo el buque Museo Yavarí, todos los atractivos mencionados se encuentran en el Centro Histórico de Puno. Entradas: Museo Municipal Carlos Dreyer (S/. 15 extranjeros; S/. 5 peruanos). En el Yavarí se aceptan colaboraciones voluntarias. Soroche: Para evitar el mal de altura, no se agite demasiado los primeros días, coma ligero y beba mate de coca o de muña.