Conocida localmente como la 'siete colores' por su gran diversidad cromática, Churup está enclavada en un sitio exquisito: bajo un nevado y rodeada por un bosque de queñuales. Inolvidable.,Javier Inca / Revista Rumbos Éramos tres a la aventura, Jackeline, limeña de origen ancashino, diseñadora de una revista de modas. Franco, arequipeño, corresponsal ocasional de un medio deportivo. Y yo, según indica mi boleto de viaje. Antes de empezar la travesía ya habíamos tropezado con la primera ‘piedra’, que sería nada a comparación con lo que se vendría. Los ánimos entre ambos (enamorados) andaban caldeados. Bastaba reír con uno para perder la confianza del otro. Una sola palabra podría poner el microcosmos en tensión. Pero aún así decidimos enrumbamos a la laguna de Churup. PUEDES VER: Ruta de la Cantuta: Circuito de turismo rural en Áncash A unas cuadras de la Plaza de Armas de Huaraz, tomamos una destartalada camioneta, acondicionada con unas pequeñas bancas de madera. El chofer acomodó parte de la carga sobre la cabina y ordenó la otra en medio de la tolva antes de pisar el acelerador. A pesar del cansancio el ambiente te carga de energías. Foto: Mylene D’ Auriol Paisaje y calambres El camino lejos de ser incómodo fue muy grato –folclórico para ser preciso–. Si un viaje en convertible frente al mar resulta agradable, este recorrido parado en la tolva y respirando ese airecito frío de la sierra se tornaba hermoso. Las mujeres del Callejón de Huaylas que nos acompañaban, lucían sus coloridas vestimentas bordadas con gran técnica y precisión, mientras los imponentes nevados Vallunaraju y Ocshapalca desaparecían en el horizonte. Cuando apenas disfrutábamos del camino llegamos Llupa. Luego de ajustar la mochila y cruzar amables palabras y saludos con los comuneros iniciamos la caminata por una pendiente muy suave, con unos tres tramos cortos de pendiente ligera (esto es plano en la percepción de los campesinos). Pastoras en el camino. Foto: Mylene D’ Auriol Luego de una hora de caminata pisamos Pitec, donde descendimos por un camino para tomar rumbo a tres hermosas quebradas: Quilcayhuanca, Shallap y Rajucolta. Sin descender, a la izquierda, por la primera arista siguió nuestro viaje. El paisaje fue mitigando de a pocos esa ‘guerra fría’ de miradas entre mis acompañantes de viaje, pero la paz aún se veía lejana. Iniciamos el ascenso por una pendiente un poco empinada hasta que llegamos a una roca gigante, en la que tuvimos que realizar una escalada simple, para iniciar el segundo ascenso, más empinado que el primero. Llegamos a una pequeña pampa con pasto, un río de aguas transparentes y un bosque ralo, donde comenzó lo más difícil e interesante del camino. Frente al río, que baja por una catarata, nos desviamos ligeramente a la izquierda para ascender por un tramo muy empinado donde tuvimos que realizar movimientos de escalada en roca, sin saber casi nada de este deporte extremo. El camino a Churup regala visiones hermosas. Foto: Mylene D’ Auriol Cuando creíamos que ya lo habíamos superado, Franco cayó al suelo rendido por un calambre. Por un momento pensé que fingía para romper el hielo con Jackeline pero no. Vi en sus ojos el mismo de dolor que alguna vez sintió el brasileño Ronaldo cogiéndose una pierna en un campo de juego. Durante casi media hora nos turnamos para asistirlo y continuar con nuestra caminata. Ella lo frotaba fuertemente mientras yo, con mis escasos conocimientos de preparador físico de club de barrio, le estiraba la punta del pie hacia atrás. De pronto empezaron a intercambiar una que otra frase entre enfermera y paciente. La paz estaba a punto de sellarse. Luego de unos cuatro pasos complicados alcanzamos la parte más alta, y de pronto nos encontramos con la impresionante laguna y el nevado que comparten el mismo nombre. La laguna buscada. Foto: Mylene D’ Auriol Lugar magnético Estábamos preparados como para evitar tropezar con ese piedrón o mejor dicho ese bloque gigante de granito, por el cual discurre el agua que inicia el recorrido del río que veíamos más abajo. La absoluta transparencia del agua, sus indescriptibles matices y los reflejos de espejo –cuando el viento está calmo– resultan realmente espectaculares. Avanzamos por el bloque de roca y obtuvimos una visión panorámica. La laguna está enclavada en una suerte de hueco con paredes gigantescas de granito, que la protegen del viento, otorgándole un ambiente muy íntimo y silencioso. En las partes menos verticales crecen densos bosques de queñuales y se puede hallar algunas playas. La Cordillera Blanca es el escenario de grandes aventuras. Foto: Mylene D’ Auriol Ya arriba, y Franco algo recuperado, todo volvió su cauce normal. Al continuar por la margen derecha, encontramos una pequeña ensenada que es todo un cuadro: pequeños queñuales que semejan perfectos bonsais; el brillo del granito (acero de día, plata en noche de luna), se sumerge en la laguna, formando matices y formas surrealistas; y el ichu, cuyo cálido color dorado contrasta con la frialdad de la roca y el agua. En esta ensenada se halla un pequeño lugar para acampar, donde cabe una carpa pequeña. Es el paraje más hermoso en donde haya puesto mi carpa. Cuando uno piensa que no puede esperar más del paisaje, al caer el sol, sale de pronto una enorme luna llena que crea un espectáculo aparte. La noche calma, bajo un silencio sobrecogedor, refleja sus sugerentes perfiles en las diáfanas aguas. El frío arrecia, pero conforme la luna asciende, el espectáculo mejora y las sombras muestran distintos movimientos de una sonata de Beethoven. Ya flirteando con la hipotermia, entré a la carpa sin dejar de percibir el intenso magnetismo del lugar, mientras Jackeline y Franco se cobijan en otra. Ya sé cuál es el lugar ideal para acampar con la enamorada. Un gigante de nieve. Foto: Mylene D’ Auriol Espectáculo de color Al día siguiente bordeamos la laguna por su margen derecha. El espectáculo de color se repetía por doquier. La ruta cruza un pequeño bosque de queñuales y asciende directamente en dirección al nevado para alcanzar, en una hora, la segunda laguna (más pequeña, y de un color esmeralda más homogéneo y de aguas menos transparentes). Desde allí se puede ver las rutas a la cima con todo detalle. La americana eleven joints, y la más radical ni un puto joint, abierta por el peruano Guillermo Mejía (el escalador que abre una ruta tiene el derecho de ponerle nombre y se respeta su denominación). Si gusta de la naturaleza y tiene la fuerza de voluntad (más que física) como para afrontar la subida, no deje de visitar el lugar. Ninguna foto ni relato podrá acercarse a tan hermosa experiencia. El esfuerzo físico es recompensado por la naturaleza. Foto: Mylene D’ Auriol En Rumbo Cómo llegar: De Lima a Huaraz el viaje dura aproximadamente ocho horas. Cuándo ir: Se recomienda ir de mayo a setiembre (época seca). Tips: Llevar alimentos de escaso volumen y de gran contenido energético como atún enlatado, fruta seca y mucha agua / No olvide su bloqueador solar /