Hay gente a la que leo, veo y escucho, aunque no siempre comparta sus opiniones. Las leo, veo y escucho, porque me interesa lo que dicen y cómo lo dicen. Y cuando se sitúan al otro extremo de mis posiciones personales, pues nada, trato de comprender por qué piensan así, o intento rebatir sus puntos de vista. Lo que no se me ocurre es insultarlos o psicoanalizarlos o atacarlos en lo personal o inventarme historias para desacreditarlos. Digo esto porque no deja de sorprenderme el catolicismo fanático de algunos. Acá, en Perulandia, no puedes criticar al papa porque te dicen velaverde y zambacanuta. Tal cual. Lo que señalé, en corto, fue que este papa no había hecho nada. Ningún cambio. Ninguna renovación. Ninguna mejora. Ninguna revolución. Y que, hasta la fecha, el pontífice Francisco es puro blablablá. Pues ya se va para su primer quinquenio, y el gran jefe católico tiene poco -o nada- que exhibir en transparencia financiera y en la lucha contra la pederastia religiosa. Además, subrayé que la iglesia sigue siendo misógina y homofóbica. Y, por cierto, acompañé estos asertos con algunos casos concretos, como para darle sustento a la cosa. Y ya adivinarán. Los adjetivos llovieron a cántaros y copiosamente. “Ignorante”. “Cristianófobo”. “Boicoteador” (de la visita del papa, se entiende). “Anticlerical”. “Odiador”. “Ateo”. Y otros símiles, me gritaron varios católicos enardecidos en la web de este diario. En mi muro de Facebook, todo hay que decirlo, la voz cantante la llevaron personas vinculadas al Sodalicio, pese que mi crítica al sucesor de Pedro no tenía nada que ver con el Sodalicio. Y bueno. Me espetaron de todo. “Escribes estas cosas para hacerte famoso y vivir del Sodalicio” (repito: la columna era sobre el papa y la opacidad vaticana, no sobre el Sodalicio). “Típico hipócrita”. “Financiado”, chillaban, y no decían por quién. También me dijeron que escribo muy mal y que hablo peor y que me expreso pésimo, algo en lo que sí podría estar totalmente de acuerdo con mis detractores. Y un exsodálite (que, evidentemente, tiene un corazoncito que todavía late al ritmo del Cara al Sol) juzgó mis intenciones como si las conociera al dedillo o las hubiese espulgado. Casi, casi como si leyese mi mente, en plan profesor Charles Xavier. Extrañamente, al poco borró todo vestigio ponzoñoso contra mí. En ningún momento se me refutó con ideas o data verificable. El más entusiasta dilapidador, Juan Carlos Rincón, solamente atinó a pegarse con cola en mi FB para atacar y descalificar a su antojo. Arrinconado por algunos amigos solidarios, el “sodálite lover” dijo: “Los sodálites eran bien buenos (conmigo). Más buenos que yo”. Pero nuevamente. El tema no era el Sodalicio, sino el papa y su manifiesta incompetencia. Como sea. En medio de esta discusión, se destapa el Caso Pell. Resulta ahora que, según la policía del Estado de Victoria, Australia (el país que más acciones ha emprendido en la guerra contra la pedofilia clerical), el cardenal George Pell, número tres del Vaticano (después del Secretario de Estado, Pietro Parolin, Pell es el hombre más poderoso de la santa sede, nombrado por el propio Bergoglio), habría abusado sexualmente de menores cuando era sacerdote en la ciudad de Ballarat (1976-80) y cuando fue arzobispo de Melbourne (1996-2001). Independientemente de lo que le imputa la policía australiana, de acuerdo a investigaciones periodísticas, Pell habría protegido sistemáticamente, a lo largo de treinta años, cuando fue obispo de Melbourne y de Sidney, a depredadores sexuales con sotana. Y en varios casos, habría intentado comprar silencios, pagando. ¿Cuál ha sido la respuesta del Vaticano ante este hecho? Advertir que ha recibido con “desagrado” el señalamiento, recordando que Pell “ha condenado repetidamente los casos de abusos”. E indicando que Pell fue quien apoyó la creación de la Comisión Pontificia para la Tutela de Menores. Lo que no dice el Vaticano, ni aclara Francisco, es que dicha Comisión, que tiene tres años de creada, hasta ahora no ha hecho absolutamente nada. Más todavía. Dos de sus miembros, Peter Saunders y Marie Collins, renunciaron porque esta entidad no actuaba, y finalmente no quisieron prestarse a cualquier tipo de operativo publicitario orquestado justamente por Pell.Así las cosas, me ratifico en lo que estampé por escrito. Mientras que la transparencia vaticana siga siendo una entelequia, y la opacidad financiera y los escándalos sexuales se mantengan, nada va a cambiar en la iglesia católica. Y el papa Francisco será muy dicharachero y arrebatadoramente simpático, pero no mueve un dedo por corregir las cosas. Lo que no dice el Vaticano, ni aclara Francisco, es que dicha Comisión, que tiene tres años de creada, hasta ahora no ha hecho absolutamente nada.