Los países, como las personas, requieren aferrarse a un sueño para salir adelante. Así es como funciona la resiliencia: hay que soñar primero, luego pensar en cómo cumplir esa promesa, esa esperanza. Eso hizo el actual Gobierno al plantear la meta de llegar a formar parte de la OCDE. Es una altísima exigencia, pero también una fuente potencial de satisfacción de necesidades básicas, logro de triunfos y fortalecimiento de una autoestima magullada. Próximos a cumplir un año de este régimen, forzoso es constatar que el sueño se ha resquebrajado de manera tan alarmante como el by-pass de Castañeda, si es que no se ha desplomado ya, como el puente Solidaridad cayendo al Rímac. La liberación de Félix Moreno, por citar un caso reciente, es uno de esos mazazos a la ilusión de llegar a ser algún día un país justo, confiable, eficiente. La imagen pública de la corrupción airosa, arrogante y satisfecha como la expresión del abogado Roy Gates al sacar a su patrocinado de la cárcel, es demoledora. Más aún, ese dedo medio mostrado a la justicia, vino precedido por la excarcelación de sus colegas, los gobernadores de Loreto y Ayacucho. Así de destructiva del ánimo resulta la permanencia en el cargo del contralor Alarcón. No sé si lo han advertido, pero la cantidad y calidad de irregularidades que se le descubren –plagiar su tesis es la última conocida– y su permanencia en el cargo gracias a la bancada de FP, constituyen reminiscencias de lo que ocurría en los noventas. Piensen en el “Chino” Medrano o Blanca Nélida Colán, esos funcionarios ad hoc. Mientras tanto, nuestro presidente afirma que en Europa ven con gran optimismo el futuro del Perú. Es entendible su intención de ser el motivador en jefe, pero eso tiene algo de discurso de dirigente norcoreano, si me permiten la hipérbole. Por un lado sufrimos la actitud vandálica del fujimorismo y sus aliados apristas en el Congreso; su afán de censurar al ministro que destaca tiene algo de paranoia estalinista. Por otro lado nos frustra la desesperante sumisión de los tecnócratas del Gobierno, obsesionados con el destrabe y otras medidas empresariales. Estas son inservibles y contraproducentes si no conectan con las necesidades acuciantes de las mayorías. En esas condiciones, hablar de optimismo linda con la pérdida del sentido de realidad. Como ya lo venimos advirtiendo, tal situación entraña serios peligros. La reciente encuesta de Pulso Perú, basada en el gráfico de Nolan sobre posiciones políticas, indica que los autoritarios han pasado del 31.4% (2014) al 45.8%. ¿Se imaginan adónde llegaremos en cuatro años? No solo la esperanza está en la picota: en cola viene la democracia. La corrupción, la matonería y la debilidad la están erosionando. Urge retornar a la política y salir de estos banales forcejeos narcisistas, en donde lo que menos cuenta es el bien común. El bicentenario puede terminar en una pesadilla.