Uno de los cambios más importantes de las últimas décadas ha sido el paso de una economía de la producción de bienes a otra centrada en la prestación de servicios: la transición del capitalismo industrial al capitalismo informacional. Tradicionalmente se distinguen tres rubros fundamentales en la economía: 1) el sector primario, de actividades extractivas (agricultura, minería, petróleo, silvicultura, pesquería, etc.), 2) el sector secundario o de transformación (manufactura, industria), y 3) el sector terciario o de servicios (actividades que coadyuvan a la reproducción del capital y de la fuerza de trabajo, como el comercio, transporte, banca, seguros, enseñanza, investigación, ocio, turismo, etc.). Tomando como ejemplo los Estados Unidos, la industria y las actividades extractivas han experimentado una dramática pérdida de peso. Hasta el año 1957 la mitad de la población económicamente activa (PEA) estaba empleada en la industria, un 4% en las actividades extractivas y un 46% en el sector servicios. Al año siguiente por primera vez el número de empleados del sector servicios superó al de los obreros del sector industrial. A medida que se desplegaba la nueva economía la cantidad de trabajadores de los sectores servicios e industria fue reduciéndose drásticamente. Con cifras de 2016, el sector primario ocupa ahora el 1.3% de la PEA, el sector secundario apenas el 17.5% y el sector terciario un contundente 81.2%. Para lo que sigue interesa subrayar que el proletariado, que constituía la mitad de la PEA hacia fines de los 50, representa ahora apenas algo más que la sexta parte, mientras que más de las cuatro quintas partes de la fuerza de trabajo labora en el sector servicios, el sector donde hoy se concentran las empresas más importantes. La destrucción de la economía industrial devastó extensas áreas de los estados de Illinois, Indiana, Ohio, Pennsylvania, West Virginia, Kentucky y Missouri, y convirtió al otrora orgulloso Manufacturing Belt (cinturón industrial) de los Estados Unidos en el despreciado Rust Belt (cinturón de óxido) de hoy; el hogar de un proletariado industrial quebrado por el desempleo, que culpa de sus desgracias a la globalización, que se llevó sus fábricas al tercer mundo, y a los migrantes, que vinieron a quitarles el empleo. Estos obreros desempleados habitan antiguas ciudades industriales hoy sumidas en la miseria. Detroit, una de las principales ciudades de Michigan, perdió la mitad de su población en las últimas tres décadas, al tiempo que se elevaba enormemente la tasa de criminalidad. Michigan tenía para el 2007 el peor índice de desempleo de los Estados Unidos (7,4%); en Detroit un 14% de la población estaba desempleada y un tercio de los habitantes estaban sumidos en la pobreza. Entre los perdedores de este proceso de desindustrialización están los orgullosos trabajadores de la producción siderúrgica y automotriz, que constituían la aristocracia obrera, conocidos ahora con el despectivo nombre de White Trash (basura blanca), entre los cuales Donald Trump cosechó los cruciales votos que lo llevaron a la presidencia de los Estados Unidos. No importa que fueran las grandes corporaciones norteamericanas las que decidieron cerrar las empresas en las cuales laboraban estos obreros, para trasladarlas a países donde pagaban 15 veces menos en salarios, o que los migrantes no sean competencia para ellos, porque mayoritariamente se emplean en actividades que ningún trabajador norteamericano aceptaría realizar. La clase social que Carlos Marx creía que liberaría a todos los trabajadores y acabaría con la explotación del hombre por el hombre terminó convirtiéndose en la base social del que probablemente sea el proyecto más reaccionario de la historia del capitalismo norteamericano. Este no es un caso excepcional. También el proletariado de los antiguos cinturones industriales de los países de Europa brinda hoy una firme base social a las propuestas fascistoides de la ultraderecha. Es el caso de los trabajadores de la banlieue (los suburbios obreros de París, de ex comunistas ahora convertidos en base social para Marine Le Pen, y de los parados del norte industrial de Italia, y similares en Holanda, Grecia, Austria y otros países que ven con alarma el retorno del fascismo a la cultura política europea. Seguiré con las consecuencias de este viraje histórico fundamental y las teorías que se proponen para explicarlo.