Acaba de aparecer Juntos por el Perú, como una oficina de alianzas de centro izquierda para las elecciones del próximo año. Son sobre todo agrupaciones y figuras que prefirieron perder el tren del 2016 ante las exigencias de un Frente Amplio en alza. Hoy con el FA dividido, JP está viendo un horizonte de oportunidades. Con el FA en crisis y el humalismo desaparecido para todo fin práctico, se reabre el espacio donde Verónika Mendoza obtuvo 20% de la votación nacional. Mendoza mantiene su popularidad (GfK: 24% simpatiza en mayo), pero el tiempo y problemas logísticos le están ganando en su carrera por obtener firmas e inscripción. Tampoco JP tiene las firmas, pero ha resuelto el problema con la riesgosa jugada de subir al humanismo de Yehude Simon y su inscripción a bordo. Simon solo quiere una gobernación regional, lo cual le daría a JP cartas para el juego presidencial del 2021. Una estrategia larga y esperanzada, si las hay. El flamante secretario general Gonzalo García Núñez ha declarado que JP espera la adhesión de Mendoza y Julio Guzmán (otro cazador de firmas), señal de que en términos de candidaturas todavía nada está escrito para él. Se supone que en el 2018 se definirá cuánta atracción gravitacional puede tener JP para las próximas elecciones generales. Antes de pensar en alianzas con ex candidatos presidenciales, JP tendrá que ser un competidor de los votos regionales y municipales, sobre todo los del sur andino. Territorio donde los partidos comunistas que integran JP se mueven con soltura desde hace largo tiempo. Su ausencia en el 2016 engrosó la votación de Mendoza. El planteamiento ideológico de García Núñez es la coincidencia de ideas y principios en el centro izquierda peruano. Pero la tarea hasta aquí ha sido supeditar los apetitos personales a esa coincidencia, algo que rara vez se ha logrado. Sin embargo hay un bono de persistencia que les corresponde a los socios de JP. Quizás el mayor peligro electoral de JP sea terminar percibido como club de dirigentes de una izquierda más bien tradicional. Frente a eso cabría decir que del 2016 a la fecha las izquierdas más juveniles no se han diferenciado mucho que sus antecesoras.