Tenía 16 años y dormía en su casa que había sido arrasada por Sendero Luminoso cuando entraron los militares para directamente acusarla de terruca. Era una excusa: la violaron entre cuatro y volvieron a hacerlo cuando, días después, tuvo que ir a la base militar a solicitar el salvoconducto para viajar a Huancayo. Esta segunda vez también violaron a su prima de 14 años quien “terminó siendo presa sexual de los militares y tuvo dos hijos por violación”, según describe Elizabeth Prado en un reportaje de este diario. Ayer lunes en el juicio por violaciones sexuales contra 14 oficiales, suboficiales y soldados de las bases militares de Manta y Vilca, Huancavelica, las víctimas iniciaron el relato de sus testimonios. Son historias que nos sublevan por la forma cómo las fuerzas que debían de proteger a esas niñas hicieron todo lo contrario, les desgraciaron sus vidas. Hoy, esas mujeres que tienen entre 45 y 50 años, después de un larguísimo proceso de 12 años de apoyo psicológico y legal de DEMUS y el IDL, pueden decir su verdad. A algunas sus esposos las acompañan: ellos también han tenido que dejar de lado su machismo para entender que ellas han sido víctimas absolutas y que se requiere justicia para tener sanación. Todos los actores varones del conflicto, es decir, senderistas, emerretistas, militares, marinos, sinchis, policías, ronderos, violaron mujeres; sin embargo, 83,46% fueron cometidas por fuerzas del orden. Las violaciones sexuales, incluso también contra varones, se llevaron a cabo en todas las zonas calientes: sobre todo en Ayacucho, Huancavelica y el Huallaga (también hay información sobre Chumbivilcas, Apurímac y Lima). Hay denuncias sobre violaciones sexuales en 60 bases antisubversivas. Las mujeres, generalmente adolescentes, pero también casadas e incluso con sus hijos a cuestas, fueron violadas en masa, es decir, por varios hombres al mismo tiempo. En la zona del Huallaga violar en masa se convirtió en un verbo: “pichanear”. Si se inventa una nueva palabra para un acto repulsivo se debe a su frecuencia. Algunos altos mandos del Ejército han justificado las violaciones sexuales de sus tropas sosteniendo que eran “esporádicas” y que se debían a la imposibilidad de controlar la “sexualidad irrefrenable” de sus hombres porque se encontraban “aguantados” en un contexto tremendamente adverso y de tensión. Aclaremos: es obsceno justificar la violación de una mujer. Ni ayer, ni mañana ni nunca se puede violar impunemente. Es un delito sancionado violar sexualmente a alguien aunque sea una asesina. Todo Estado democrático debe respetar los DDHH de todos, decir lo contrario para hacerle el juego a la impunidad de militares asesinos, policías corruptos y machos en celo es abjurar de la democracia. Las FFAA y las FFPP deben de pedir perdón a las víctimas, como instituciones del Estado que debieron protegerlas y no dañarlas. Solo a partir de ese gesto puede restituirse la integridad de “esos cuerpos que no importan” y convertirlos en lo que son: sujetos de derechos. El Estado, además, no puede posponer ni un minuto más la aprobación de los lineamientos de las reparaciones integrales a cargo de la CMAN. No solo porque son víctimas, sino para que sean ciudadanas plenas.