Luis Almagro, secretario-general de la OEA, ha logrado devolverle algo de sus dientes a la organización que alguna vez el gobierno cubano bautizó como el “ministerio de colonias” de los EEUU. Un documento aparecido ayer, firmado por 20 países miembros, anuncia la puesta en marcha de mecanismos para restablecer la democracia en Venezuela. Pero si hubo un tiempo en que la hegemonía de Washington mantuvo dormida a la OEA, luego vino otro en que la anestesia la aplicó el petróleo de Caracas. Los donativos del líquido a miembros menores, completados con el voto de países ideológicamente afines, mantuvieron a raya cualquier votación crítica de los usos y costumbres del chavismo. Evidentemente el dominio chavista de la OEA ha terminado, y ahora la organización busca ser un espacio de presión conjunta sobre el régimen de Nicolás Maduro. Almagro no solo ha logrado convocar a una mayoría de países (20 de 33), sino que la lista incluye a aquellos más importantes de la región. El párrafo clave del documento dice: “Coincidimos en la necesidad de que encontremos propuestas concretas para definir un curso de acción que coadyuve a identificar soluciones diplomáticas, en el menor plazo posible, en el marco institucional de nuestra organización y a través de consultas incluyentes con todos los Estados miembros”. Los países firmantes de esta nueva iniciativa de la OEA, entre los cuales por cierto está el Perú, están pidiendo liberación de los prisioneros políticos, elecciones libres, garantía de libertades individuales, restauración de derechos civiles, y un canal operativo de ayuda humanitaria para la población. La solución diplomática más drástica contenida en la Carta Interamericana del 2001, que se aplicará si no hay respuesta positiva de Caracas, es la expulsión de Venezuela de la OEA, una situación cargada de consecuencias. Una de las cuales sería quizás un mayor atrincheramiento de la dictadura madurista. El retorno de la OEA a un rol de primera magnitud en el hemisferio marca el declive del proyecto ALBA, cuyo punto más alto estuvo marcado por avances izquierdistas en las elecciones latinoamericanas y por la capacidad venezolana de repartir petróleo a US$100+ el barril. Todo esto antes de que Venezuela se terminara de convertir en el hombre enfermo de la región.