El sábado pasado fue el 114 aniversario del nacimiento de Jorge Basadre, el más importante historiador de la república peruana. Ahora que se acerca el bicentenario del nacimiento del Estado, en medio de una grave crisis generada por la corrupción, conviene repasar algunas de sus tesis principales. Sobre todo, porque su último libro trata precisamente sobre corrupción. PUEDES VER: Fotocheck político de febrero. En efecto, poco antes de morir, Basadre entregó un manuscrito que su editor, Carlos Milla Batres, publicó con el título de Sultanismo, corrupción y dependencia en el Perú republicano. El título no fue aceptado por la familia que obligó a retirar la edición del mercado. Por ello, sobreviven pocos ejemplares y para leerlo es necesario acudir a biblioteca. El concepto de sultanismo lo toma de Max Weber para analizar un mundo político dominado por el libre arbitrio del mandatario. Establece una semejanza básica con el gobierno del sultán del imperio otomano. En el caso peruano se traduce en una noción sencilla, el gobernante está por encima de la ley. Es más, la norma es su voluntad y puede aspirar a la famosa frase de Luis XIV, “el Estado soy yo”. Basadre halla los antecedentes del sultanismo contemporáneo en la tradición patrimonialista del imperio español, que se habría prolongado en la república de los caudillos. En este sistema, no se distingue entre el erario público y la hacienda del gobernante. Es más, hay vasos comunicantes y se espera que el primero alimente a la segunda. En la concepción del historiador tacneño, el sultanismo es la base de la corrupción, porque al llegar al gobierno el mandatario usa al Estado para su beneficio y, además, puede hacerlo. Todo se adecúa a su voluntad, si es necesario cambiar algún contrato, se firma una adenda. El segundo factor es la ansiedad por grandes obras públicas que logren el desarrollo. Basadre constata que se ejecutan obras a escala monumental que supuestamente son la llave para traer progreso. Estudia dos casos muy significativos: los ferrocarriles durante el guano y los empréstitos y obra pública de Leguía. La conclusión de Basadre emparenta ambos procesos, sosteniendo que al ser obras de dimensión elefante requieren de empresas extranjeras, como Dreyfus durante el guano y la Foundation bajo Leguía. No habiendo capital suficiente en el país para esas magnitudes, el Estado contrata con empresarios extranjeros poco escrupulosos y poseídos por el afán de aumentar dramáticamente su propio peculio. Entre estos grandes empresarios extranjeros y los gobernantes de turno se produce un cruce de intereses y se desata un gran escándalo de corrupción. Basadre también establece la presencia de un substrato cultural a las corruptas prácticas políticas. Cada cierto tiempo salta un gran escándalo porque la corrupción existe cotidianamente en pequeña escala. En el Perú existe bastante tolerancia ante la transgresión; si se hace con habilidad, sacarle la vuelta al Estado es cosa de aplaudir. En ese sentido, Basadre establece que la celebración de la transgresión es la base de grandes escándalos cada cierto tiempo. ¿Cuándo? Cada vez que se incrementan bruscamente los ingresos del Estado. Basadre estudia el guano y Leguía. Podríamos añadir los procesos más contemporáneos: las privatizaciones de Fujimori y los super precios de las materias primas. Una causa estructural, el sultanismo, se da de la mano con propuestas políticas de mega obras, intervienen empresas extranjeras que refuerzan la dependencia corrompiendo a medio mundo gracias a gobernantes arbitrarios. Ida y vuelta para terminar en lo mismo. Así, el sultanismo es el eslabón crucial de la corrupción. El que ponga la ley por encima del gobernante habrá encarado este nudo gordiano del país. Mientras sigan las adendas, todo es una broma.