Cuando PPK decidió renunciar a su atribución constitucional de hacer cuestión de confianza en torno a la censura de su ministro Javier Saavedra, la lectura que se hizo de su decisión fue que él había decidido que el fujimorismo cargara con el costo político de imponer, amparado en su mayoría, una censura injusta, arbitraria e ilegítima, que le había atraído al parlamento una condena universal (la encuesta de GfK le da 25% de apoyo y 64% de desaprobación, y se basa en un trabajo de campo hecho dos días antes de que se aprobara la censura de Saavedra), a la que se sumaron inclusive líderes políticos y periodistas que habitualmente respaldan el fujimorismo. Pero esta fue una lectura equivocada.Cometido el estropicio, el máximo interés del fujimorismo era dar vuelta a la página en el más corto plazo posible para reducir los costos políticos de su uso, buscando que un piadoso olvido cubriera el espectáculo de prepotencia, mala fe, ignorancia e hipocresía que exhibió su bancada durante la interpelación y la censura. Luz Salgado pidió olvidar el pasado (que a esas alturas se remontaba a un par de horas) y mirar al futuro y sorprendentemente PPK se alineó entusiastamente con su propuesta. Ningún funcionario importante del Ejecutivo acompañó a Saavedra durante las horas siguientes. Él se fue con las muestras de gratitud y solidaridad de los trabajadores del Ministerio de Educación, pero ni PPK, ni ninguno de sus ministros, ni nadie relevante del gobierno, lo acompañó durante esas horas. No hubo ni la más leve manifestación de solidaridad. Ha sido bochornoso ver el temor presidencial a que cualquier gesto de solidaridad pudiera leerse como una condena al atropello cometido por los fujimoristas. Fue solo después de que la reunión con Keiko Fujimori hubiera sido pactada que se realizó una tímida ceremonia de reconocimiento a Saavedra en Palacio. Si alguien contribuyó con el objetivo del fujimorismo de reducir el costo político de una censura injusta ha sido Pedro Pablo Kuczynski. Luego de defenestrado su ministro, a lo más que llegó fue a manifestar el dolor que le provocó su censura, cuidándose de dar cualquier opinión que pudiera leerse como una condena capaz de incomodar a quienes lo humillaron públicamente ante el país. En la política importa no solo lo que se hace sino cómo y en qué oportunidad se hace. Los gestos tienen una importancia fundamental. Y salir corriendo ante una propuesta de diálogo con la responsable de la censura (“¡Felicitaciones a quienes han hecho uso de la palabra! ¡Me llena de orgullo ver la fuerza de nuestro partido!!”, escribió Keiko en Mototaxi), sin dejar siquiera constancia de una protesta por el maltrato inferido al ministro y al Ejecutivo es allanar el camino para que hechos como el presente vuelvan a repetirse. Así, han pasado a segundo plano varios escándalos en el Congreso, que involucran, como “responsable política” (la misma figura utilizada para censurar a Saavedra): la compra sin licitación de computadoras sobrevaluadas a una empresa fantasma domiciliada en un pueblo joven de Trujillo, la adquisición de canastas navideñas de cerca de mil soles para los parlamentarios, aparte de pasajes con los gastos pagados a Jamaica y Punta Cana y turrones para regalar “a los feligreses” del Señor de los Milagros, así como la contratación de decenas de fujimoristas como personal del Congreso, que ahora ejercen de trolls en las redes sociales durante su horario de trabajo. En lugar de denunciar la doble vara aplicada por el fujimorismo para imponer la censura en un caso y mirar para otro lado en el segundo, PPK se apresuró a contestar afirmativamente a la invitación para realizar una reunión con Keiko Fujimori en la casa del cardenal Juan Luis Cipriani, decisión saludada por el fujimorismo y sus periodistas como una demostración de “responsabilidad”. Es de preguntarse cuánto tiene de responsabilidad aceptar como “mediador” a un ostentoso fujimorista, cuya carrera eclesiástica hasta llegar al cardenalato fue apoyada activamente por Alberto Fujimori y que ha utilizado hasta el Te Deum para demandar su libertad. Hay que preguntarse asimismo qué imparcialidad se puede esperar de Cipriani, que solo se ofreció de mediador luego de la caída de Saavedra y que es uno de los principales opositores a la incorporación de los temas de género en los programas de enseñanza del ministerio. Allanarse a una reunión con Keiko, en estas circunstancias, constituye un acta de rendición y una proclamación de la incapacidad de PPK de ejercer la autoridad que los peruanos le encomendaron con su voto. Definitivamente, en política los gestos cuentan.