Hace unos días el excongresista Gustavo Rondón, vinculado a Solidaridad Nacional, publicó un breve artículo que tenía como único objetivo defender la gestión de Luis Castañeda (La República: 06/08/16). Rondón no escatimó elogios respecto a la labor del alcalde. Lo calificó como “una persona fuerte y obsesiva con el avance de las obras que está desarrollando”. Incluso dijo que rendía cuentas, que hoy existía “una suerte de política obstruccionista”, que no era “populista” como otros alcaldes ya que “él habla con sus obras”. Es decir, una suerte de remedo del viejo odriísmo en pleno siglo XXI. Sin embargo, es otra la historia. Este artículo es más bien un signo visible de debilidad política. Castañeda está tan aislado que tiene que ser un hombre de su “partido” quien tenga que escribir esta franeleada pública. El dato es que Castañeda no puede gobernar como lo viene haciendo y como lo hizo en el pasado. Mezclar silencio, autoritarismo y cemento, por llamar de algún modo a este estilo de gobernar, es cada día más difícil. Un buen ejemplo de esta dificultad es el nacimiento de un movimiento ciudadano que no solo reclama una Lima mejor sino también una gestión eficaz y sobre todo transparente, es decir, lejos, muy lejos de la corrupción. La campaña “Habla Castañeda” que dos concejales de oposición, Hernán Núñez y Augusto Rey, y colectivos ciudadanos vienen realizando para que el Alcalde Castañeda rinda cuenta de su gestión es expresión de un nuevo estilo político y sobre todo de una real y genuina preocupación política por una ciudad como espacio de vida y de convivencia social. La idea de que una ciudad es principalmente pasos a desnivel, circunvalaciones sin ningún tipo de planificación urbana estaría llegando a su fin. Como también un estilo de gobierno autoritario que no escucha a los vecinos y que gobierna en función de una popularidad que las encuestas le muestran cada mes y no en relación con las demandas de una población que busca convertirse en ciudadana. Esta campaña nació cuando estos dos concejales de oposición pidieron que figurase en las actas la sistemática inasistencia del alcalde a las sesiones del Concejo. El pedido, curiosamente, fue sometido a votación y al no tener mayoría, el oficialismo logró “borrar” de las actas, al más puro estilo estalinista, las inasistencias del alcalde. A ello habría que añadir las críticas de medios importantes. Una de ellas es el editorial del diario El Comercio del 5 de setiembre titulado “Una mala anécdota” y donde se habla de la poca transparencia de su gestión, su sistemática rebeldía a dar cuentas de lo hecho hasta ahora, como también de posibles casos de corrupción como podría suceder con el caso del puente Bella Unión. Sin embargo, pese a todo esto y dada la importancia del tema, resulta también extraño que ningún partido de izquierda y de derecha, con la excepción de Fuerza Social, se haya pronunciado sobre ello y jugado por la campaña “Habla Castañeda”. Tampoco los congresistas de Lima, cuya función principal es velar por los intereses de sus electores. David Harvey, siguiendo a Robert Park, afirma que “la cuestión del tipo de ciudad que queremos no puede separarse del tipo de personas que queremos ser, el tipo de relaciones sociales que pretendemos, las relaciones sociales con la naturaleza que apreciamos, el estilo de vida que deseamos y los valores estéticos que respetamos… El derecho a la ciudad…es un derecho a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con nuestros deseos”. Por eso la ciudad es un reflejo de lo que somos o, como diría Park, “al crear la ciudad el hombre se ha recreado a sí mismo”. Todos sabemos que Lima no solo es una ciudad caótica y con pésimos servicios. Es sobre todo una ciudad que segrega a sus propios vecinos. Todos sabemos dónde viven los ricos y dónde los pobres. No existe, por lo tanto, una convivencia social sino más bien una frágil coexistencia que nos separa y que está a punto de estallar. Por eso reformar Lima, pedir que “hable Castañeda”, es también una manera no solo de cambiar el contexto urbano y social sino también de reformar y cambiar la política misma hoy perdida en pequeñeces que por momentos avergüenza.