La política debe ser el quehacer humano donde más se prostituye el lenguaje. En boca de ciertas personas, las palabras pueden estirarse y contorsionar, pierden su sentido o adquieren uno completamente nuevo, muchas veces bastante descabellado.Nuestras últimas elecciones son un buen ejemplo. Como suele ocurrir, en el fragor de la campaña los candidatos se lanzaron a un crescendo de ataques e insultos, que alcanzó su pico durante la segunda vuelta. Uno hubiera esperado que se detuviera una vez resuelta la votación, pero no ha sido así.Después de un primer momento de sorpresa, ahora sabemos qué significa «odio» en el diccionario del fujimorismo. Esta palabra tan delicada –que por ejemplo explica el salvaje asesinato de 50 personas ocurrido en Orlando hace una semana– fue la que más emplearon los voceros de Fuerza Popular, las veces que sufrieron un traspié o se vieron cercados por las acometidas de Peruanos por el Kambio. Ahora se ha convertido en su último refugio.A la hora de admitir su derrota, una desafiante Keiko Fujimori culpó del resultado a los «promotores del odio». Se refería a los colectivos antifujimoristas, a los comentaristas críticos, a los políticos que no se alinearon con ella, a las miles de personas que tomaron la calle para manifestarse contra su candidatura. Según su insólita lógica, los únicos que no odian son los votantes de Fuerza Popular.Esta idea es claramente absurda. ¿Odia la mitad del Perú, que por segunda vez consecutiva le dio la espalda en las urnas? ¿Odian quienes recuerdan el pasado corrupto y autoritario del fujimorismo, que tanto daño le hizo al país? ¿Odian quienes creen que los herederos de Alberto Fujimori no han hecho lo suficiente para distanciarse de esos antecedentes? ¿Que sus intentos de renovación han sido tibios y sobre todo cosméticos, como quedó en evidencia durante la segunda vuelta?Claro que no, y los propios fujimoristas lo saben. No odian quienes opinan, quienes critican, quienes recuerdan. (Sí lo hacen gentes como el Pastor Alberto Santana, cuya ferocidad homofóbica ha cobrado un nuevo sentido por estos días). Con este discurso del odio, Fuerza Popular se ha evitado cualquier autocrítica, además de presentarse como una víctima del gobierno que se va, del poder económico y del poder mediático. Pero lo que en verdad demuestra es su fondo de intolerancia y su firme apuesta por la amnesia. Lo complementa con otra palabra, que también resultó bastante maltratada durante esta campaña: «Reconciliación». Yo creo en ella, mientras no sea empleada como sinónimo de olvido e impunidad.