En la presentación aceptando su derrota, Keiko Fujimori dejó entrever, los rasgos esenciales del proyecto autoritario que lidera. Con una voz que difería de la modulada en el Rockefeller Center de la Universidad de Harvard, esta vez no sonrió, y por el contrario, se instituyó dura y distante, acusando de su fracaso a una campaña que promovía el “enfrentamiento entre peruanos despertando odios y fanatismos y otros sentimientos que resienten la democracia” y echándole la culpa a la ONPE por ser confusa. En este último punto estoy de acuerdo: fueron sumamente confusos al retirar de la campaña a Guzmán y a Acuña y dejar a la misma Fujimori involucrada en situaciones idénticamente sancionables. Ese sentimiento autoritario que es el fujimorismo se ha desatado ante la derrota en las redes sociales y se está convirtiendo, poco a poco, en un torbellino gelatinoso de descalificación constante y arbitraria con insultos gruesos y ataques misóginos. No se trata solo de las agresiones clásicas de una campaña electoral, estamos hablando de un discurso autoritario y basurizador que pretende descalificar a cualquier contrincante, y que ha salido de las redes sociales –verdaderos campos de batalla cubiertos de muertos, heridos, sangre y barro– a otros espacios supuestamente más ponderados. El fujitrollismo está constituido por las barras bravas y comandos del fujimorismo, pero resulta que hoy en día, también están pasando a sus filas periodistas otrora más recatados. Obviamente no me refiero a Phillip Butters o Aldo Mariátegui, casos totalmente perdidos, sino a otros como el ex editorialista del diario El Comercio, Hugo Guerra, quien se ha referido a nuestra colega Claudia Cisneros, con palabras verdaderamente vulgares, ofensivas, machistas y misóginas. No digo que la tensión en el Twitter no levante lo más oscuro de las Erinias de todo tuitero y tuitera, pero que un periodista no sepa callarse e insufle entre sus seguidores, alas para seguir agrediendo a una mujer: eso es acoso. Y es delito (dicho sea de paso, Guerra también me dedicó a mí algunas palabritas por defender a Claudia). Por cierto, en honor de la vedad, es preciso decir que desde mi propia orilla, el antifujimorismo, también se han lanzado dardos groseros contra Keiko Fujimori: estoy en total desacuerdo con esa forma de tratar a esta contrincante porque es misógina, sexista, machista y totalmente innecesaria. Bastaba con nombrarle algunas de las situaciones fácticas que han llevado a su padre a la cárcel o a ella de rodearse de sospechosos de lavados de activos para desautorizar su discurso aparentemente democrático. Los fujitrolls identificados en las redes sociales contribuyen a la división del país, “despiertan odios y fanatismos” y son quienes durante mucho tiempo han mantenido activo el estercolero de un discurso autoritario que pretende, como lo vengo diciendo, construir una alteridad radical para basurizarla. Pero es mucho peor que los periodistas, desde la radio, diarios, televisión o las mismas redes sociales, rompan los límites agraviando, ofendiendo e insistiendo en estereotipos que, hablemos claro, atropellan los derechos de las mujeres. ¡Eso es violencia, coleguitas, y la vamos a denunciar!