El 5 de junio, es decir, en tres días, los peruanos elegiremos al próximo gobernante. Sin embargo, esta vez no solo vamos a elegir a un o a una presidente sino también de los resultados finales obtenidos sabremos si la transición democrática que presidió Valentín Paniagua a inicios de la década pasada llegó a su fin. Este, acaso, es el dilema principal de estas elecciones. No hay que olvidarse que para Paniagua, como él mismo expresó al comenzar su gobierno, el fin del gobierno fujimorista clausuraba un ciclo autoritario y abría las posibilidades de fundar un largo ciclo democrático. La condición para ello era que debíamos entender la transición —y aquí lo cito— como «un momento auroral, fundacional» o también como un «esfuerzo de refundación republicana». Es cierto que durante todos estos años los gobiernos de Alejandro Toledo, de Alan García y de Ollanta Humala han hecho, digamos, lo imposible para que esa transición, que nació en la calles luchando contra el autoritarismo fujimorista, fracase. Los tres, digámoslo de manera franca y descarnada, traicionaron sus promesas y pactaron con los poderes fácticos la continuación de una política neoliberal que fue uno de los puntos medulares del fujimorismo. No hay que olvidar que el golpe del cinco de abril fue para implantar una dictadura de largo aliento y una política económica neoliberal abiertamente autoritaria como quedó registrada en el famoso «Plan Verde». Tampoco ninguno de estos tres presidentes fortaleció la democracia haciéndola más inclusiva, institucional y participativa. En realidad, en todos estos años la democracia se convirtió en un simple adorno que escondía el gran secreto: otros eran los que gobernaban el país, incluso aquellos que perdían las elecciones, como lo demostró el actual gobierno de Ollanta Humala. Y si hoy el dilema en estas elecciones es más difícil y complejo porque ambos candidatos provocan sospechas y desconfianzas, lo que debe quedar claro para todos es que un triunfo de Keiko Fujimori clausuraría de manera definitiva la transición democrática para entrar en un largo invierno autoritario. Keiko carga, como ella misma admite, una «mochila pesada» que contiene no solo el pago a sus estudios, violación a los derechos humanos, asesinatos perpetrados por el Grupo Colina, vínculos con el narcotráfico investigados por la DEA y demás actos de corrupción sino, también, la convivencia con un entorno político fujimorista que tiene como el principal punto de consenso que el mejor gobierno que hemos tenido los peruanos ha sido el de Alberto Fujimori. Ello incluye métodos montesinistas como el usado por José Chlimper, candidato vicepresidencial, con la entrega a la prensa del audio adulterado. Por eso, lo que hay que recalcar es que un triunfo de Keiko Fujimori en estas elecciones, aceptando incluso que ella no es igual al padre, representa simbólicamente el regreso triunfante del fujimorismo. Dicho con otras palabras: la transición democrática que se construyó sobre la base de la derrota del fujimorismo terminaría si este regresa al poder. Y ello es una gran diferencia. Por eso una derrota electoral de Keiko Fujimori y un triunfo electoral de PPK mantiene la esperanza, aunque débilmente, de que la transición no ha terminado y de que es posible vivir en democracia. Sin embargo, ello no supone darle un «cheque en blanco» a PPK. Todo lo contrario. La idea es que las fuerzas progresistas se conviertan en los garantes de que esa transición democrática llegue a buen puerto. Por eso creo que tan importante es votar contra Keiko como pelear para que la transición democrática no se frustre definitivamente. Ello supone luchar para impedir el continuismo económico neoliberal, que es toda una tentación tanto en el fujimorismo como en algunos sectores de PPK, como también el regreso del autoritarismo fujimorista, peleando por una reforma democrática, un nuevo orden social y una manera distinta de asociarnos con el mundo. Mi tesis es que las transiciones democráticas fracasan cuando son incapaces de derrotar al viejo orden social y político y construir un orden alternativo. Y esa es una tarea pendiente de la oposición democrática y progresista. (*) Parlamentario andino.