La imagen futurística que tengo del Perú si Keiko Fujimori es elegida presidenta es una donde muchos peruanos, sobre todo minorías como yo, estamos encarcelados sin juicio con uniformes naranjas, tal como los presos de Guantánamo. Para evitar aquello, es que a fines del 2015 decidí apoyar a Julio Guzmán a pesar de que estaba en “otros”. Sabía que los peruanos buscaban algo nuevo y limpio, y desde que me nombró jefe de campaña (por lo cual no cobré un sol), demostramos que sí se puede hacer una campaña con muy pocos recursos y un mensaje simple de esperanza y aspiración. Lo que logramos a puro punche en poco tiempo fue impresionante en cualquier ámbito político. No tengo duda de que íbamos a ganar en la cancha, por mérito propio y sin deberle nada a nadie. Pero en el Perú nos hemos acostumbrado a que la corrupción sea cotidiana y la manera más común de “progresar”, incluso para eliminar a la competencia. Digo corrupción porque fui testigo de primera mano de que aquel arte cobarde fue el que excluyó a Julio. Traté de destaparlo, pero la verdad es que subestimé el “profesionalismo” de la corrupción. He aquí la trágica lección que aprendí durante esta campaña: un porcentaje alarmante de peruanos no cree en la meritocracia, pero sí en la corrupción para salir adelante. Es justamente esa realidad la que pone a Keiko tan cerca del poder. Si el Perú fuera solo un poco más meritocrático, ella sería una nota a pie de página en el capítulo corrupto de su padre. Los peruanos sabemos que para salir adelante, tus talentos solo te llevan hasta cierto punto. En la mayoría de casos, quien eres por suerte de tu nacimiento tiene que ver más que tus capacidades. Pero gracias a la tecnología todo cambia rápidamente y la avalancha meritocrática, orquestada por los jóvenes, llegará al Perú. Estamos hartos de la cachetada de la corrupción y la mediocridad cada vez que salimos de nuestras casas: delincuencia, suciedad, un pésimo servicio público, una infraestructura deplorable. La Ola Morada, que tuve a mi cargo, tenía en su núcleo a mujeres y jóvenes dinámicos. Ellos entienden que la política no tiene que ser sucia, que puede ser una profesión noble, de servicio a la sociedad. Nos hemos acostumbrado a lo contrario y es por eso que la mayoría del talento peruano no quiere participar en política. Elegir a Keiko es premiar la mediocridad, burlarse del esfuerzo de los peruanos y frenar los frutos de la meritocracia a los que tanto aspiramos. Hay que comenzar el doloroso proceso de separación del fujimorismo, para lograr un divorcio de la corrupción. Hagamos todo para evitar el nefasto futuro naranja. (*) Exjefe de campaña de Julio Guzmán (Dic. 2015 – Abr. 2016).