Alberto Adrianzén M. (*) Todo indica que cuando acabe la segunda vuelta y se proclame al ganador, los verdaderos problemas empezarán para la mayoría de partidos. Con ello no solo me refiero a los problemas que enfrentará el próximo gobierno, sino también a la totalidad de partidos que de una u otra manera han participado en estas elecciones. En realidad lo que se viene es una etapa de definiciones, que si bien tiene mucho que ver respecto a las posiciones que los partidos adoptarán frente al nuevo gobierno, también –y acaso más– a la manera de cómo resolverán sus problemas internos que enfrentan luego de su participación electoral. Por ejemplo, cómo el PPC enfrentará el desastre político y electoral que se expresa en que hoy no tenga ningún congresista. Cómo será también el “ajuste de cuentas” en ese partido que determinará quiénes son los responsables de una táctica electoral que los ha dejado al borde de la desaparición política. En última instancia qué nuevo liderazgo emergerá de ese partido luego del fracaso estrepitoso de Lourdes Flores y de sus dirigentes. Algo similar se puede decir del APRA luego de su fiasco electoral. También del desastre rotundo de la candidatura de Alan García. Su fracaso ha sido tan obvio que ha tenido que culpar a lo que él llama “los extremos” tanto de izquierda como de derecha para así ocultar que el principal responsable de la debacle del APRA es el propio García, que ha hecho de su partido cera y pabilo. La izquierda tampoco se escapa de esta problemática. El Frente Amplio, como dice su nombre, ¿será amplio realmente? ¿Se convertirá en una organización ciudadana, lo que supone, como ha dicho Verónika Mendoza hace uno días, una suerte de “refundación” de dicha organización, o serán más bien las lógicas partidarias las que le den sentido y dirección al Frente Amplio? En última instancia cómo organizar una fuerza política coherente que tendrá que enfrentar el doble desafío de buscar ser cabeza de la oposición al nuevo gobierno, al mismo tiempo que deberá manejar con madurez procesos conflictivos en su seno. Sin embargo, los dilemas mayores los tiene la derecha económica y los poderes fácticos. A quién apoya: a PPK, un tecnócrata y hombre vinculado a las finanzas internacionales; o más bien a Keiko Fujimori de pasado tormentoso y que luego de su derrota el 2011 se dedicó, algo que no ha hecho estos años PPK, a construir un partido y a organizar bases de apoyo en todo el país. Por otro lado, hay que decir que para esa derecha que Keiko sea hija de Alberto Fujimori no es un tema que los atormente. Por el contrario, ven en el padre al fundador de lo que muchos llaman “el momento neoliberal”, es decir de la entronización del mercado como el casi único mecanismo para desarrollo económico. A ello hay que sumar que el fujimorismo es también un “momento de inclusión social” que se basó en la expansión y legitimidad de la informalidad como forma de convivencia social y también como justificación para eliminar derechos a los trabajadores formales. Dicho con otras palabras como sucedió en los años 90: “compra tu combi, haz la ruta que quieras por Lima, que yo, como Estado, diré que eres un empresario y que das trabajo”. En realidad, la derecha tiene que optar o por Keiko, que representa ese mundo informal-plebeyo (también ilegal) que su padre construyó autoritariamente y que logró controlar políticamente; o por PPK, que representa ese otro mundo formal, creyente en el mercado, con más enganche en las clases medias acomodadas pero lejanas al mundo de la informalidad. No me extrañaría que la derecha económica, los poderes fácticos y los grupos económicos que crecieron a la sombra del viejo fujimorismo terminen por apostar por Keiko como representante de ese mundo informal, ilegal y en parte conservador como se demostró en el encuentro que tuvo con un sector de los evangélicos; mundo que no les gusta y hasta desprecian pero que les ha sido rentable económicamente y seguro políticamente todo este tiempo. Eso no quiere decir que PPK sea el bueno y Keiko la mala, sino más bien que PPK representa una derecha tecnocrática sin apoyo popular. (*) Parlamentario Andino