Las primeras encuestas de intención de voto para la segunda vuelta electoral han traído una sorpresa. Con franqueza, pensé que la candidata Fujimori ya estaría con un holgado 60% de apoyo. Con 71 curules ganadas en el Congreso y con casi 40% de votación válida en la primera vuelta –casi el doble que su contendor más cercano– parecía que tenía la elección ganada. Me equivoqué. Fujimori se ha quedado estacionada en su misma votación, tal vez uno o dos puntos más arriba, mientras que PPK – con solo 20 congresistas– ha duplicado su intención de voto. Hoy, considerando los márgenes de error, están empatados. Ipsos y Datum ponen por encima a PKK y CPI lo hace con Fujimori. La pelea, pues, regresa a cero, pero con los lastres de la primera vuelta. Si cualquiera de los dos quiere despegar, tendrá que soltar ese peso. ¿Basta el antifujimorismo para que gane PPK? Lo dudo. Hoy, es la fuerza que le ha permitido saltar, pero ese no es más que un sentimiento que puede ser tan volátil como el corazón de una quinceañera. PPK tiene que enamorar y seducir al antifujimorismo sea de izquierda (el mayoritario) o sea de derecha. Pero, como en todo amorío, se exigirán algunos gestos, algunas pruebas de ese compromiso. Todavía no se ven. ¿Basta el fujimorismo para que gane Fujimori? Lo dudo aún más. Hoy, el fujimorismo es un pesado techo sobre la cabeza de Keiko Fujimori. Para romperlo e ir a buscar más votos tiene que hacerlo con delicadeza. No puede perder lo obtenido –nada es permanente en una elección peruana– pero tiene que abrir juego para que los marginados por los mensajes más radicales del fujimorismo noventero se puedan siquiera acercar. Como en el amor, la clave es la confianza. ¿Se le puede creer a Fujimori? ¿Se le puede creer a PPK? Por ejemplo, hoy Fujimori dice que “su pensamiento ha evolucionado”. Ya no apoya el golpe de Estado del 5 de abril de 1992. El problema es que se trata de una evolución reciente. En el 2012, vía twitter, seguía festejando “el día que le trajo modernidad al país”. Eso quiere decir que en la campaña del 2011 aún creía que dar golpes de Estado estaba justificado en algunas circunstancias. De otro lado, PPK ha fijado el eje de su discurso en una palabra: “democracia”. Parece un buen movimiento. El antifujimorismo está basado, justamente, en el afecto a la forma democrática de gobierno en donde tienes predictibilidad: bueno o malo, el gobierno se va en 5 años. Sin embargo, hace exactamente 5 años, un perdedor PPK no solo pedía a sus votantes de primera vuelta que votaran por Fujimori. ¡Iba a su mitin de cierre a hacer campaña por ella y recibir el aplauso fujimorista! ¿Cómo esa conducta es consistente hoy con su defensa de la democracia? Ambos, pues, tienen que votar este lastre del pasado a toda velocidad para ser creíbles. Este es solo un ejemplo, pero hay más. Sin embargo, PPK tiene una ventaja. Hay menos secretos, menos lugares oscuros, mucha más apertura a la prensa independiente, menos preguntas sin respuesta y, sobre todo, menos intenciones ocultas respecto a una familia paterna vinculada al crimen. Pero, si él no logra un compromiso real, sobre toda otra consideración, con la democracia, está perdido. Tiene que distinguirse de Fujimori señalando que hay un bien mayor que solo él puede defender mucho mejor que su contrincante. El resultado de la elección del Congreso puede ser la clave que resuelva la indecisión del votante a favor de PPK, si sabe jugar esta vuelta. La idea de regresar a un país donde todo el poder formal se concentra en una mano sin ningún contrapeso, es aterradora después de la experiencia de final de siglo XX con el propio padre de la candidata. Nadie quiere volver a “leyes por un tubo”. Los 71 congresistas de Fujimori ya le permiten gobernar sin ser Presidenta. “¿Para qué más?” puede ser un lema de contra campaña. De otro lado, los indecisos pueden preguntarse ¿Cómo gobernará PPK sin Congreso? La única respuesta está en “juntos, pero en cuartos separados”. Es decir, en ciertos temas fundamentales estamos y estaremos juntos, en los demás cada uno tiene un espacio diferente. Eso es algo que Fujimori no puede ofrecer, porque es evidente que no lo necesita. Así, ese triunfo parlamentario, puede ser su propio talón de Aquiles.