El ánimo que las inspira a las manifestaciones en contra del fujimorismo de los últimos días (un hito importante en esta campaña electoral) es la indignación que genera la idea de que llegue a la presidencia quien representa un legado ignominioso: violaciones a los derechos humanos, corrupción, autoritarismo. Sin embargo, si Keiko Fujimori llega al poder, será a través del voto popular. ¿Cómo lidiar con el fujimorismo? Nuestros dilemas no son únicos. En Bolivia Hugo Banzer encabezó una dictadura (1971-78) durante la cual hubo desapariciones, torturas, asesinatos extrajudiciales, altos niveles de corrupción. Pero con la transición democrática aspiró a alcanzar la presidencia mediante elecciones: quedó tercero en 1980, quedó primero en la primera vuelta en 1985, pero no pudo ser electo después, quedó segundo en 1989 y 1993, para alcanzar la presidencia finalmente en 1997. Otro caso relevante sería el salvadoreño; la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) era el partido promovido por militares, terratenientes y otros sectores conservadores para responder políticamente al desafío de la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). Diversos líderes de ARENA fueron acusados de estar vinculados a la formación de escuadrones de la muerte, masacres en contra de población campesina, y el infame asesinato de los sacerdotes jesuitas del movimiento Teología de la Liberación en la Universidad Centroamericana en 1989. Sin embargo, ARENA ganó las elecciones y gobernó El Salvador durante toda la década de los años noventa y la del dos mil, hasta que en 2009 ganó las elecciones el FMLN, en el poder desde entonces. Podría también mencionarse el caso del PRI, en el poder mediante una fórmula autoritaria desde la década de los años veinte hasta la transición del año 2000; pero en 2012, el PRI volvió a ganar la presidencia federal, a pesar de ser el partido que representaba el autoritarismo y la corrupción. O el caso chileno, con la herencia pinochetista representada en partidos como la Unión Demócrata Independiente (UDI), que llegó al gobierno en 2010 como parte de la alianza encabezada por Sebastián Piñera. La representación política del legado autoritario parece moralmente inaceptable. Pero este goza de un importante respaldo popular porque también encarna otras cosas valoradas por sus seguidores: la defensa de la sociedad frente a la amenaza de la subversión; la promesa de estabilidad política y de crecimiento económico basado en la inversión privada; la defensa de valores familiares tradicionales, entre otros. No se trata solo de clientelismo. ¿Cómo se convive con estos movimientos? De un lado, ciertamente, no se debe dejar de señalar los crímenes e indignidades con los que aparecen asociados algunos de sus líderes; pero respecto a su base popular, de lo que se trata es de ofrecer y construir mejores opciones. Trabajo tanto para derechistas democráticos (¿existen?) como para izquierdistas sin presencia en el mundo popular conservador.