Bajo la conducción de Alan García, el APRA atraviesa en estos días su situación más apretada. Como sabemos, la última encuesta de IPSOS le concede apenas 5% y a punto de ser alcanzado por Verónika y Barnechea. Por otro lado, en la entrevista del último domingo en El Comercio, luce fastidiado por las preguntas incómodas, sin el énfasis que le era habitual. Voy a ensayar una mirada de largo plazo para entender la coyuntura. En los 90 años de historia del APRA se han sucedido solo dos liderazgos: Haya y García. Entender sus diferencias lleva al meollo del drama interno del partido de la estrella. El liderazgo de Haya era de tipo heroico. Había salvado a su partido de la destrucción, dirigiendo personalmente la lucha durante persecuciones, prisiones y destierros. Pasó por 14 años de cárcel y clandestinidad, de 1931 a 1945 y luego de un intervalo de tres años, 1945-1948, atravesó otros ocho años duros, encierro en la embajada de Colombia y posterior destierro, hasta 1956. Cuando fue candidato en 1931 tenía 35 años y al retornar a la legalidad superaba los 60. El concepto de liderazgo heroico proviene de Max Weber, que desarrolla la noción en un capítulo dedicado al político carismático. Según Weber, el líder carismático es una figura extraordinaria que desafía al sistema prometiendo alcanzar la tierra prometida; para triunfar requiere una sociedad en crisis y ansiosa por hallar un salvador. En este orden de ideas, la personalidad del líder es tomada como poseedora de poderes sobrenaturales, que le permiten rescatar a los suyos. Así era el liderazgo de Haya sobre el APRA. Aunque, en términos políticos, había abandonado su posición tradicional en la “izquierda democrática” para pactar con la oligarquía en 1956. Las convivencias de los cincuenta y sesenta lo colocaron en la centro-derecha y Haya no logró llegar a la presidencia. Durante el gobierno militar de Velasco, formó una nueva generación y recuperó el perfil de “izquierda democrática” que había sido suyo. Una socialdemocracia más derechosa de lo habitual, pero socialdemocracia al fin y al cabo. En ese espíritu se formó su sucesor, Alan García. A la muerte de Haya, el enfrentamiento entre los integrantes de la generación fajista: Villanueva y Townsend, llevó a que ambos se anulen y tengan que aceptar el ascenso del joven orador y cautivador de multitudes, que fue García antes de llegar a la presidencia. Como él mismo admite, su primer gobierno fue un desastre y luego vino el ostracismo de los noventa bajo Fujimori. Tanto el año 1995 como el 2000, el APRA participó en las elecciones y apenas si pasó la valla electoral. El 2000 su candidato presidencial solo logró 1%. Hasta que, regresó Alan García, y al año siguiente, 2001, pasó a segunda vuelta contra Toledo y perdió, pero habiendo logrado el 48%. Así, reconstituyó su liderazgo, saltando de 1 a 48% en solo un año. Fue elevado por encima de sus pares y lo suyo es una monarquía constitucional, donde representa por siempre a su comunidad política. Pero, ya no es de tipo heroico como Haya, sino más bien rutinario, un líder cuya hegemonía se fundamenta en su capacidad para el éxito electoral. Para recuperar la presidencia el 2006 tuvo que volver a la centro-derecha, dejando la posición de izquierda democrática que el PAP ocupaba desde hacía varios años. No importó, el partido estaba hecho para seguir al líder carismático. Pero, ahora enfrenta una posible primera gran derrota electoral. Si se consuma, estará en problemas. No significa que el APRA desaparecerá, sino que su representante por excelencia tendrá a la vista el fin de ciclo. Tarde o temprano a todos nos toca ceder la primera fila. Conscientes de este punto, los entrevistadores de El Comercio lo hincan y García contesta sin inmutarse que en ese caso lo pueden reemplazar tanto Mulder como Cornejo. Esa sí sería una novedad, la transición de un partido casi monárquico a una comunidad republicana, que cambia su personal cuando necesita un relanzamiento.