No solo hay plagio en la tesis doctoral de César Acuña. También copió en sus tesis de maestría de la Universidad de Los Andes de Colombia y de la Universidad de Lima. Y la cereza en el pastel: habría plagiado un libro entero publicado por su propia universidad. Seguro nos dirá que le gustó mucho, tanto, que se lo compró al autor. Ya solo falta que César Acuña no sea César Acuña, sino un impostor que tomó su lugar. Para quienes creen que ello no afecta su candidatura, fíjense lo que ya pasó. La historia que quiso vender sobre su vida como un ejemplo de superación basada en la educación ha desaparecido de su campaña. Ahora habla de otros temas, algunos muy irresponsables como su patriotero discurso en Tacna. Ya fue el niño símbolo de la superación personal. Más allá del escándalo, es necesario mirar lo que esto nos muestra sobre nuestra educación superior. No me sorprende el plagio. Es una trampa extendida en el país. Pero sí reconozco que me ha sorprendido que se “descubran” hechos tan graves como estos de improviso. Quiere decir que el plagio está mucho más normalizado en la educación superior de lo que ya sabíamos (y ya sabíamos que era muy común). Porque piénsenlo. ¿Cómo es posible que todo esto no haya explotado antes? Estamos hablando del hombre que mandó al APRA a la lona varias veces en el norte del país. ¿Nadie en el partido pensó revisar sus libros o consideraron que el plagio era un tema secundario que no interesaba a nadie? Una persona que vive rodeado de enemigos políticos, que es dueño de una universidad muy cuestionada por su calidad y que presenta libros desde hace años ha pasado piola. Esta impunidad de alguien con tanta visibilidad nos indica que en el mundo académico peruano la conducta está tan normalizada que se asume que no tiene consecuencias. ¿Qué hacer? Considero que se abren dos agendas que trascienden al candidato copión, una más efectista (pero necesaria) y otra más institucional. La efectista pasa por depurar, iniciar una búsqueda de plagiarios entre profesores y autoridades académicas. ¿Cuántos autores no hacen lo mismo en sus tesis o en esas ediciones “mi casa” con las que buscan prestigio académico o puntos en concursos para acceder a cargos diversos? Por supuesto, en varios casos ya es tarde. Alertados habrán desaparecido sus tesis de los archivos. Pero en otros hay ediciones como cancha circulando. Lo ideal sería una depuración hecha por las propias autoridades, pero es muy probable que ello no suceda. A las actuales autoridades de la Universidad César Vallejo, por ejemplo, les tocaría un acto de dignidad que demuestre que su propósito es la educación y no la protección de su dueño: retirar todas las ediciones del libro plagiado y revisar las tesis de maestría de sus aliados políticos. ¿Se atreven? No creo. Quedará en manos de otros miembros de la comunidad universitaria, el periodismo, incluso la Fiscalía, profundizar en estos casos. Una segunda agenda contra el plagio debe buscar construir las herramientas, tanto en el Estado como en las propias universidades, para que esto no pueda suceder. Debe exigirse que toda tesis sea pública, colgada en el internet y a disposición de quien quiera revisarla. Y garantizar procesos de revisión acuciosos antes de toda defensa de tesis. El caso Acuña muestra tanto las miserias de la universidad pública como de la universidad privada. La forma de conseguir su diploma de ingeniero apesta a amiguismo y trafa en la Universidad Nacional de Trujillo. La forma en que ha construido su imperio educativo privado muestra la total impunidad con la que actuó. ¿Podrá el escándalo ayudar a construir una agenda más amplia para profundizar la urgente necesidad de reforma de la educación superior? Debería.