En las alturas de Yagén, a unas ocho horas caminando desde Cortegana, a siete horas de Celendín, el 28 de diciembre del 2015 a las 9 am., apenas un día después de asumir el cargo de Alcalde del Centro Poblado, Hitler Ananías Rojas Gonzales, presidente del Frente de Defensa del Río Marañón, principal líder de la resistencia medioambiental, fue asesinado de cinco balazos. El Perú ha sido catalogado por Global Witness como el cuarto país del mundo con mayor frecuencia de asesinatos de líderes medioambientales. Hitler Rojas, a diferencia de Edwin Chota, no luchaba contra las mafias ilegales, sino contra una gran empresa apoyada por el Estado peruano, especialmente por Ollanta Humala en su alocución ante PERUMIN del año 2013: Odebrecht. Esta empresa, severamente cuestionada en Brasil por su vínculo con el caso Lava Jato, está construyendo 20 centrales hidroeléctricas en toda la cuenca del Marañón. Hitler Rojas, campesino y agricultor con gran aceptación como líder de su zona, era uno de los que cuestionaban el megaproyecto Chadín II y la destrucción de miles de hectáreas bajo las aguas de la represa. ¿Por qué oponerse a una hidroeléctrica? Parece un sinsentido porque las hidroeléctricas producen energía para miles de personas. Pero los impactos medioambientales y poblacionales de una hidroeléctrica son graves: desplazamiento de personas, muerte de animales, cambios en los sistemas hídricos río abajo y río arriba, alteración del ecosistema. La pregunta es: ¿vale la pena? En esa zona del país una megahidroeléctrica es superflua porque la densidad poblacional es baja. Según el gobierno, la máxima demanda eléctrica en todo el país para 2025 será de 12 000 megavatios. El periodista David Hill señala que solo las 20 presas sobre el Marañón producirán más de 12 400 megavatios –sin incluir la capacidad eléctrica de las represas ya operativas–. ¿Entonces para qué tanta electricidad? Esa energía no se dirige a facilitarle luz y corriente eléctrica a la población sino a las grandes empresas mineras. Yanacocha, la primera de ellas. El pasado viernes 8 de enero el juez de primera instancia en Cajamarca en un proceso acelerado sentencia a 6 años al asesino confeso de Hitler Rojas, Alejandro Rodríguez García. García –según las declaraciones de uno de los testigos– escapó de Yagén a pie y luego en una camioneta de la Municipalidad de Cortegana, que apoya activamente el proyecto Chadín II. Desde hace un año había una rivalidad entre Alejandro Rodríguez, quien se encontraba a favor del proyecto y de que se vendan una serie de tierras a Odebrecht, contra la opinión de Rojas. Luego de los hechos, Rodríguez huye hacia Celendín pero en una acción confusa, a mitad del camino en la zona de Villa Aurora, se entrega a la policía. El arma homicida no se ha encontrado y la necropsia que fue realizada en el mismo Yagén por un serumista –no por un médico forense– consignaba cinco impactos de bala de dos armas diferentes en el cuerpo del dirigente. Esa necropsia original no se encuentra sino otra, al parecer, alterada para sostener que solo recibió balas de una misma arma. Hitler Rojas deja cinco huérfanos, el menor de todos llamado también Hitler, de dos años. La viuda, Amelia Rojas Micha, de 30 años, solo tiene primaria completa y está indignada por la benigna sentencia acelerada del juez de Cajamarca (recordemos que dentro del mismo tipo de procesos sumarios hace menos de un mes fue sentenciada Silvana Buscaglia a la misma cantidad de años pero por faltarle el respeto a un policía). Según el pronunciamiento de la CNDDHH, “este crimen se suma a los ya perpetrados contra los alcaldes Alberto Roque Cconislla (Mara, Apurímac), Francisco Ariza Espinoza (Samanco, Áncash) y Ronald Núñez Valdez (Paruro, Cusco)”. Además de los crímenes cometidos contra líderes ambientales como Chota o Vracko. Todos aún impunes. Durante el entierro de Rojas la gente clamaba: “Ni Conga ni Chadín/ lo dice Celendín”.