Se han cumplido 70 años del suicidio de Adolf Hitler en el último reducto del Reich en Berlín antes del ingreso de las tropas del Ejército Rojo. Con la fecha ha llegado también la expiración de los derechos de autor sobre “Mi lucha”, libro que fuera la piedra angular de la barbarie nazi. “Mi lucha”, entonces, saldrá a la venta próximamente en Alemania –de nuevo– después de siete décadas. La impresión de nuevos volúmenes del libro de Hitler ha sido, como era de esperarse, pólvora para la polémica. Mientras muchos argumentan que sólo con la lectura de las “ideas” de Hitler se puede entender la real dimensión de la catástrofe sufrida, otros dicen que la publicación de “Mi lucha” abre una puerta al olvido y, así, a la posibilidad de que los fantasmas del pasado infame vuelvan a la vida. Pienso que “Mi lucha” debe ser publicado y que debe ser leído, discutido y entendido. Cualquiera que lea el texto encontrará un compendio desarticulado de proclamas afiebradas e hilvanadas sin ninguna causalidad lógica. Cualquiera que lea el texto encontrará la conclusión que Churchill conquistó tan pronto: Hitler y su megalomanía terminaron siendo el peor enemigo de la distopía nazi. El problema, finalmente, de que el gobierno pueda decidir qué es lo que leen los ciudadanos, es que el gobierno no siempre será uno formado por líderes respetuosos de la libertad. Y la prohibición de libros sólo puede alimentar el terror, como lo ha hecho ya. En mayo de 1933, por ejemplo, cuando el partido nazi incendió la Plaza de la Ópera de Berlín, con una pira nutrida por libros de “espíritu anti-alemán”. Prohibir un grupo de ideas y lanzarlas –figurativa o prácticamente– al fuego sólo puede ser el inicio de un sendero que conduce a la ignorancia. Y no hay mejor combustible para el terror. La única forma de proteger esta última esfera de libertad, es defender el derecho que tienen los imbéciles de serlo. Sólo así podremos aprender a reconocerlos, empíricamente, antes de que sea demasiado tarde. Mijael Garrido Lecca Palacios