En la última columna del 2014 especulábamos sobre un 2015 que se nos haría largo, atrapados entre un gobierno de salida sin mayores iniciativas, y la postergación del inicio propiamente dicho de la campaña electoral de 2016. En cuanto a lo primero, resultó que el gobierno sí tuvo cierto impulso reformista; en educación, interior, ambiente, producción, transportes y otras áreas los ministros respectivos empujaron iniciativas relevantes, pero que no marcaron la agenda pública, tomada excesivamente por las agendas de la primera dama. Una lástima. En cuanto a lo segundo, en efecto, el panorama preelectoral no tuvo muchas sorpresas, salvo la aparición de César Acuña como serio aspirante a ganar la presidencia. ¿Qué se podría preveer del 2016? Después de la presentación de las primeras 17 “planchas” presidenciales ha cundido en algunos sectores un profundo desánimo. Mientras que del centro a la derecha la oferta es abundante y con candidaturas con opciones significativas de triunfo, del centro a la izquierda hay más bien una diáspora de candidaturas poco viables. A diferencia de las elecciones de 2011, 2006 y 2001, en las que la candidatura de Ollanta Humala y antes la de Alejandro Toledo de alguna manera representaron a estos sectores, esta vez hay un notorio vacío que explica esa sensación. A pesar de esto, habría que desdramatizar un poco. En realidad, si uno considera los cinco candidatos que aparecen encabezando las encuestas, hay relativa certeza de qué es lo que pasaría con sus eventuales gobiernos. Solo con César Acuña existe un margen preocupante de imprevisibilidad, aunque también acotada. En general sabemos que tendremos gestiones relativamente parecidas a las que hemos tenido en los últimos tres gobiernos: con cierta orientación general pro mercado, con algunas iniciativas sectoriales destacables, con otras con estancamientos o retrocesos lamentables. Con problemas serios de gestión política, consecuencia de la falta de cuadros suficientes con experiencia necesaria, de la falta de implantación en el conjunto del país. Con metidas de pata desconcertantes, con iniciativas que luego son descartadas, algunas de ellas por la movilización y oposición ciudadana. Con muchos ministros independientes, que podrían haber sido ministros con cualquiera de los candidatos perdedores, y que podrían haber sido ministros con cualquiera de los gobiernos anteriores. Con escándalos salpicados por aquí y por allá, involucrando a congresistas del oficialismo y la oposición, a alguno que otro ministro o asesor presidencial. El juego electoral ha devenido en los últimos años en un juego de apariencias, que no define en el fondo el rumbo de las políticas públicas y de las decisiones de Estado, para bien y para mal. En realidad, me parece que interesa menos quién gane, mucho más cuánta capacidad tendrá la sociedad de vigilar, presionar, incidir, controlar, movilizarse. En los últimos años, esto es lo que en realidad ha funcionado para limitar los excesos del poder.