Existencial. El escritor Luis Fernando Cueto ha publicado El diluvio de Rosaura Albina, una novela donde el amor y el fracaso han echado anclas en la vida turbulenta de sus personajes., Fernando Carrasco Luis Fernando Cueto (Chimbote, 1964) es autor de las novelas Lancha varada (2006), Llora corazón (2006) y Días de fuego (2009). Su nombre cobra relieve tras la obtención del Premio Copé de Oro Internacional 2011 con la novela Ese camino existe. El año 2012 publicó la novela Los Chuchan Boys y, recientemente, El diluvio de Rosaura Albina. El diluvio de Rosaura Albina (Santuario Editorial, 2015) es una novela de casi seiscientas páginas, dividida en cinco grandes partes que, a su vez, se subdividen en seis capítulos. Se trata de una novela intersubjetiva, puesto que el universo narrativo es representado desde la perspectiva de múltiples narradores, principalmente mujeres. En este sentido se perciben tres planos principales. En el primero, Rosaura Albina, ya en el otoño de su vida, rememora los momentos más intensos de su azarosa existencia, como un diluvio interior lleno de desventuras, que en última instancia es redimida por el amor. En un segundo plano, la sensual y pecaminosa Remedios asiste al velorio de su padre el juez de primera instancia don Serafín Beteta y, desde un presente inmediato, narra su reencuentro con una serie de personajes, a quienes creía olvidados. También relata su encuentro con sus parientes más cercanos, quienes le harán retomar el hilo de su historia familiar. En un tercer plano, asistimos a la historia nocherniega y turbulenta de un conjunto de burdeles de la ciudad de Chimbote. Este plano es el más extenso y es relatado, por momentos, por un narrador tradicional y, en otros, por sus propios protagonistas, mujeres picadas por el “bicho de la lujuria”. La novela de Cueto muestra una prosa musical y cadenciosa, con grandes momentos de un marcado lirismo, aunque por instantes tropezamos con expresiones deslucidas: “y me dijo lo que yo ya me había dado cuenta” (p. 494) o con frases muy similares a lo largo del libro: “quién era ese sujeto con trazas de solterón” (171), “moviéndose de un lado a otro con trazas de ida” (273). Por momentos el autor recurre, de manera acertada, al uso de un repertorio léxico popular para representar el perfil de sus personajes más sórdidos: “ardilosa, desconchiflado, malichera, charcheta, emperrochinar, etc. En el plano de la historia, resalta la presencia de una serie de personajes marginales y esperpénticos que cautivan: curanderas, matronas, homosexuales, delincuentes y, principalmente, prostitutas signadas por la soledad y el fracaso amoroso. Son seres que, algunas veces, dan cuenta de la sabiduría popular. Reflexionan sobre el tiempo, sobre su propia vida o problematizan en torno a la existencia humana: “Bien dicen que la vida no te pide más que entrega. Ser como el sol, la luna, las estrellas. Prodigarse: dar alegría, pasión, luz, sin pedir nada a cambio, sin condiciones […] No se viene al mundo a hacer negocios con la vida. Se viene a vivir simplemente. Que no todos hemos nacido para ser negociantes y pagar impuestos. Al contrario, el mundo está lleno de aventureros, de poetas y locos. Y de putas. Son los más, Remedios” (p. 534). La novela refleja riqueza inventiva, muestra también visos de humor y escenas cargadas de un intenso erotismo. Es importante señalar que en el texto encontramos ciertos errores de redacción y una confusión en los nombres de los personajes. A lo largo del libro se habla de la enana Pimpinela y de Clavelina, la poliomielítica. Pero casi a mitad del libro leemos: “…dos mujeres que parecían sacadas de una película de dibujos animados, la enana Clavelina y la tullida Pimpinela, las asistentas de la jorobada” (p. 314). No obstante los reparos señalados, El diluvio de Rosaura Albina, de Luis Fernando Cueto es una de las mejores novelas que se publicaron el 2015, lejos de algunos libros con historias intrascendentes que solo aspiran a entretener a los lectores.