La obligación de discutir las propuestas de cara al país, sin correrse de los debates cara a cara., El domingo pasado los representantes del fujimorismo dejaron plantada a la producción de un canal de TV en el que iban a debatir con los especialistas de Peruanos por el Kambio; hace semanas sucedió lo mismo cuando el congresista y general PNP (r) Octavio Salazar de Fuerza Popular puso extraños pretextos para no asistir a una reunión en la que se intercambiarían opiniones sobre la seguridad ciudadana. La idea que se generaliza es que Keiko Fujimori se resiste a debatir. Esto fue patente antes de la primera vuelta, de modo que el modelo de campaña que usó fue casi exclusivamente las concentraciones con discursos al auditorio, evitando la confrontación de ideas. Los debates a los que asistió fueron rondas de exposiciones y hasta el debate presidencial del 3 de abril tuvo pocos minutos de polémica y fue más una sucesión de presentaciones individuales. La candidata del fujimorismo ha sido también esquiva a las entrevistas periodísticas, especialmente aquella en vivo y en directo con periodistas acuciosos. Ha preferido brindar declaraciones cortas y al paso luego de actos públicos y, salvo excepciones, ha preferido el encuentro con la prensa poco incisiva. En las pocas veces en que ha tenido al frente a un periodista independiente, ha mostrado vacíos en el discurso o poca profundidad en las propuestas. Su esquema de campaña parece sugerir la idea de que basta con los pullazos y pequeñas respuestas para pasar por agua tibia la necesidad de una discusión de ideas en la campaña para la segunda vuelta. Esto se evidencia otra vez a raíz de su negativa a debatir en el sur por supuestas faltas de garantías y a los avances y retrocesos en torno al debate en el norte, propuesto primero por ella, negado luego por sus voceros y otra vez asumido por ella aunque ahora con una condición excluyente: trasladar al norte el debate programado inicialmente en Lima para el 29 de este mes. Lo cierto es que la falta de ideas en la campaña electoral debería tener a los candidatos más entusiastas con la discusión cara a cara en vez de regatearlas, de modo que estos encuentros deberían de realizarse en el norte, centro, sur y oriente, por lo menos cuatro y por respeto a los electores. La resistencia a la confrontación de programas puede ser una estrategia de campaña pero ninguna operación de marketing puede sustituir o negar la necesidad de precisiones sobre el futuro del país. Considerando que el fujimorismo tiene la mayoría absoluta del Congreso es un peligroso antecedente el retorno a la táctica del silencio y la huida respecto de una discusión ordenada. En la década fujimorista, una máxima presidencial y parlamentaria, orgullosamente defendida en varios vladivideos por su asesor Vladimiro Montesinos, es que en política no se habla sino se hace, y si es de manera sorpresiva, mucho mejor. Temas para debatir no faltan: al contrario, se acumulan, salvo que ya nos encontremos ante la ejecución de los principios políticos del congresista Becerril que luego del 10 de abril cerró la puerta a todo diálogo.