La periodista chilena que investigó las denuncias por violación sexual contra el cura Fernando Karadima estuvo de paso por la FIL. Con sus libros, María Olivia Mönckeberg desafía al poder.,Ella desconocía lo que él le confesaría. —Yo fui abusado, le dijo el médico cirujano James Hamilton Sánchez, el 12 de abril de 2010. La periodista se quedó de una pieza. Sabía quién era. El hombre había sido compañero de escuela de uno de sus hijos hacía cuatro décadas, así que el impacto de la revelación fue más profundo. Ella dejó que continuara. —Pertenecía a un movimiento religioso en una parroquia de Santiago de Chile y fui abusado por el cura. De manera sistemática, abusó de muchas otras personas. Viví en ese infierno cerca de veinte años y no me atrevía a dejarlo. —¿Por qué no te atrevías a dejarlo?, preguntó ella. —Por miedo, contestó Hamilton, un gastroenterólogo chileno de prestigio. —¿Quién es el abusador?, ella se atrevió a interrogarlo. —Fernando Karadima, respondió y sus palabras se cincelaron en el corazón y en la mente de la reportera María Olivia Mönckeberg, quien desde ese preciso instante resolvió investigar el caso sin saber que emprendería un viaje al oscuro fondo de un sector privilegiado de la Iglesia chilena, donde sacerdotes depredadores sexuales convivían con sus víctimas de todas las edades. Luego de documentar más casos como el de Hamilton, y de entrevistar a quienes resolvieron sublevarse al temor y a la vergüenza de haber sido tocados por el sacerdote maldito, Mönckeberg escribió Karadima, el señor de los infiernos (2011), un libro que reveló que el religioso que se presentaba como el salvador de vidas era un miserable destructor de seres humanos que habían confiado su fe en él. Las víctimas Sin la declaración de una víctima, con nombre y apellido, es complicado imputar a alguien el atroz delito de abuso sexual, especialmente de un clérigo. Hamilton no fue el único. “Sin especular demasiado creo que hay más víctimas de Karadima que no han presentado denuncia alguna, pese a haber sido abusados”, dice Mönckeberg, quien logró también conseguir el testimonio de otras dos personas, Juan Carlos Cruz y José Andrés Murillo. Como el caso de las autoridades eclesiásticas que encubrían a los curas violadores sexuales, la investigación que destapó el equipo de reporteros del periódico “The Boston Globe”, las autoridades de la Iglesia chilena blindaron a Karadima a pesar de las múltiples denuncias. “Las víctimas me relataron que sintieron ese rechazo (de las autoridades de la Iglesia). Hay antecedentes que indican que no fueron escuchadas hasta largo tiempo después”, explica Mönckeberg. Karadima, el señor de los infiernos es uno de los ocho impactantes reportajes de investigación periodística que ha publicado María Olivia Mönckeberg (Santiago de Chile, 1944). Son de referencia obligatoria en el periodismo latinoamericano. Todos los títulos son historias sobre el poder y sus diferentes manifestaciones de control, abuso y sometimiento. Publicó El saqueo de los grupos económicos al Estado de Chile (2001), sobre la repartija de recursos públicos en beneficio de los conglomerados empresariales pinochetistas. También investigó a una de las poderosas e influyentes instituciones de la Iglesia en El imperio del Opus Dei en Chile (2003). Para un reportero de investigación Dios y el diablo son temas ineludibles. Incómoda Mönckeberg no le teme a nada. Informó sobre la concentración de los medios en una demoledora investigación: Los magnates de la prensa (2011). Ella sabe lo que significa la concentración, porque la enfrenta cuando publica algún libro incómodo y los dos principales grupos editoriales chilenos la ignoran olímpicamente. “Una prensa concentrada se expresa en falta de pluralidad, en entregar una sola visión de los hechos y muchas veces también en manipulación. Uno nota que hay mucha gente que no es considerada o es ignorada si no está de acuerdo con la línea editorial de los dueños de los que controlan esos medios”, afirma sin dorar la píldora. De hecho, cuando estalló el caso Karadima, la prensa concentrada tardó en abordar el caso porque salpicaba a los sectores pudientes de Santiago, que tenían en un altar al cura depredador sexual. Para Mönckeberg estaba claro que Karadima era el señor de los infiernos.