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Sociedad

Noticias desde el interior

“El mandato de quedarnos en casa tiene algo de encierro y al mismo tiempo ocurren movimientos de apertura: se abren los ojos a realidades no vistas u ocultadas”.

coronavirus en peru
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Por: Fryné Santisteban P.(*)

A costumbrados a recurrir a los números para tener una radiografía del Perú, dejamos de mirar aspectos de la vida colectiva que no se traducen en estadísticas, por lo menos no sin perder su hondura. Como psicoanalista quiero compartir algunas noticias que llegan del interior de la mente y el mundo afectivo de las personas.

Ahora que la pandemia nos ha desnudado como país, no es posible eludir el estado de nuestra salud mental . No me refiero únicamente a los trastornos sino sobre todo a la calidad de los vínculos afectivos y de manera especial al clima emocional en el que vivimos; al nivel de seguridad y estima, al respeto y afecto que intercambiamos que, en estado óptimo, animan a desplegar capacidades.

La inequidad en todas sus formas, la corrupción y la violencia, amenazan a la democracia, pero además difícilmente ésta puede florecer sin la participación activa y creativa de su gente. ¿Qué pasa si las personas destinan la mayor parte de su energía en sólo sobrevivir psíquicamente, sin ánimo para comprometerse con su familia, comunidad, país?

Estamos viendo por primera vez a nuestras autoridades priorizar la vida y la salud de las personas, antes que las exigencias del mercado que impone producir a cualquier costo para consumir, sin importar qué se hipoteca. ¿Podrá esta reorganización de las prioridades mantenerse post pandemia?

Hay rasgos interesantes en la manera cómo estamos enfrentando al COVID-19. El aislamiento social que casi nos confina a una suerte de soledad, donde el límite es el propio cuerpo (sin abrazos, ni manos estrechadas), al mismo tiempo nos recuerda el núcleo de nuestra humanidad: no existimos sin los otros, nuestro destino depende del de los demás.

El mandato de quedarnos en casa tiene algo de encierro (que por preventivo y necesario es un acto de cuidado) y al mismo tiempo ocurren movimientos de apertura: se abren los ojos a realidades no vistas u ocultadas (la precariedad e insuficiencia de nuestros servicios de salud, por ejemplo); se abren ventanas para agradecer (imaginados abrazos), se abren líneas para escuchar el decir y la queja de la gente. El confinamiento al que el virus nos obliga hace que prestemos más oído y más mirada. Se han dispuesto líneas telefónicas de ayuda, de soporte, especialmente para aliviar el sentir del momento y constatamos que las angustias de hoy no son nuevas, forman parte de su vida hace mucho, tornándolas dolidas y limitadas. Es impresionante verlo en jóvenes.

La ansiedad en sus diversas expresiones es un síntoma, como la fiebre, que alerta y notifica lo que ocurre en el mundo interno. Desoírla –por una lógica que conjuga las propias resistencias; desatención de los cuidadores y una cultura que la banaliza, siendo que ella misma propicia– hace que invada todas las dimensiones de la vida, quitando no sólo la serenidad necesaria para vivirla sino también la fuerza para comprometerse con el propio desarrollo y el de la comunidad. ¿Cuánto de este malestar estará detrás del desinterés en el autocuidado y el de los demás, en quienes desacatan las recomendaciones frente a la pandemia?

Si no ampliamos nuestra noción de cuidado y recuperación como país, incorporando la salud mental de todos, habremos desperdiciado una oportunidad de atender eso que la crisis actual nos está permitiendo atisbar.

(*) Sociedad Peruana de Psicoanálisis