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Política

El Bicentenario y el Himno Nacional

“Que el Congreso convoque a un concurso para escribir una nueva estrofa para el Himno Nacional, que exprese quiénes somos”.

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El inicio de las actividades del nuevo Congreso va a marcar significativamente la agenda política. Su corta duración invitará a la ligereza académica y al periodismo de conversación. Pero este parlamento tiene en su agenda un tema mayor, que por su trascendencia debiera ser materia de gran debate: el Bicentenario de la Independencia. Recuérdese que cesará sus funciones precisamente el 28 de julio del 2021.

El Bicentenario debiera ser la ocasión para hacer un balance de lo que es nuestra República a dos siglos de su fundación, el derrotero histórico que nos ha traído a este tiempo presente y qué país queremos (y podemos) construir. Se trata de una agenda que debiera convocar a toda la nación y que abarca desde balances en la perspectiva de la larga duración, hasta temas puntuales, como la significación de los símbolos patrios y su relación con el presente.

Comencemos por el debate sobre el Himno Nacional. Tradicionalmente se cantó la primera estrofa, que se inicia con “Largo tiempo el peruano oprimido…”. Pero durante el segundo gobierno de Alan García éste y su ministro Rafael Rey decidieron cambiarla por la última estrofa, la que proclama: “En su cima los Andes sostengan…”. Se propone ahora volver a la derogada primera estrofa.

Más allá de la antipatía que despiertan ambos personajes, optar por una u otra estrofa deja (por lo menos a mí me sucede) una sensación de insatisfacción. Abandonar la que renueva “el gran juramento, que rendimos al Dios de Jacob”, para cambiarla por la de “la indolencia de esclavo sacude, la humillada cerviz levantó” no es precisamente cautivante. Sé de niñitos que en sus nidos le cantan “al Dios de Japón”, que aparentemente les suena más conocido que el personaje bíblico.

Ambas estrofas expresan un país que queremos superar. Tuvieron sentido para los criollos que hicieron la Independencia y heredaron los privilegios coloniales de sus padres (recuérdese que estamos hablando de “españoles americanos”), pero son ajenos a la intención de construir un país pluricultural, multilingüe, integrador, donde la heterogeneidad sea una fuente de enriquecimiento personal y social en un intercambio intercultural, basado en el reconocimiento y el respeto mutuo.

Mi propuesta es que el Congreso convoque a un concurso nacional para escribir una nueva estrofa para el Himno Nacional, que exprese quiénes somos, de dónde venimos y qué queremos ser. Somos un país privilegiado en voces poéticas; baste recordar la emoción que embargó a la concurrencia al oír, y compartirlo con el mundo, el poema “El Perú” de Marco Martos, recitado en la clausura de los Juegos Panamericanos.

Por supuesto, alzarán su voz en contra los defensores de la intangibilidad de los símbolos patrios. Habría que recordarles que la realidad no es estática: los países, las sociedades y las sensibilidades cambian y no reconocerlo termina vaciando los símbolos de significación, convirtiendo su culto en un ejercicio mecánico, repetido por inercia.

Marianne, la encarnación de la República en Francia, ha cambiado a lo largo de estos siglos, como lo ha señalado la historiadora Claudia Rosas Lauro. Y la interpretación del himno norteamericano por Jimi Hendrix en Woodstock constituye uno de los diálogos más estremecedores entre la historia y actualidad, porque la guitarra eléctrica de Hendrix reproducía, acoplado sobre el himno, el sonido de los bombarderos y el silbido de los proyectiles que castigaban a la martirizada Vietnam, en el momento mismo en que el movimiento juvenil contra la guerra alcanzaba su clímax.

Abramos el debate.

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