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Política

Miseria moral

“El miedo al cambio, a la inclusión, al respeto de los derechos ajenos es demasiado rentable como para dejarlo en manos de grupos políticos quemados”.

Jorge Bruce
Jorge Bruce

La debacle de Solidaridad Nacional en las recientes elecciones podría llevar a pensar que los sectores ultraconservadores han sido desterrados del mapa político. Asimismo, se podría deducir que las cuestiones de género, por citar una de las bestias negras de estos sectores, no son prioritarias en una sociedad con tantas carencias como la nuestra. Empecemos por el primer punto.

El partido amarillo de Luna y Castañeda, ambos investigados por corrupción, ha sido severamente castigado por la ciudadanía precisamente por eso: por sospechas de pertenecer al sector más podrido de la política peruana (lo que ya es decir). Si a esto se añade el despropósito de poner como número uno a la inefable Rosa María Bartra, la eliminación estaba garantizada. El cambio de nombre con el que pretenden maquillar esta imagen de miseria moral, es un claro indicador de que no han comprendido nada.

No obstante, sus propuestas de imposición religiosa excluyente han viajado a otros grupos. El miedo en política siempre será un arma poderosa. El miedo al cambio, a la inclusión, al respeto de los derechos ajenos –en particular de las mujeres y los grupos LGTBI– es demasiado rentable como para dejarlo en manos de grupos políticos quemados. Ahí sigue Fuerza Popular e ingresa con fuerza el Frepap, para citar solo a dos agrupaciones políticas que lucran con la exclusión. No olvidemos que Acción Popular, por lo menos la de Vitocho, se coludió con estas iniciativas contra el currículo escolar con énfasis en la paridad de género, tal como lo hizo el Apra.

Como lo ha explicado Ricardo Cuenca, director del Instituto de Estudios Peruanos, “El enfoque de género es un asunto de ejercicio de ciudadanía, y no un tema de problemas sexuales ni de principios religiosos” (El Comercio). Es, pues, tan prioritario como la seguridad o la economía. Es una obligación del Gobierno velar por su vigencia y no permitir que grupos con vocación religiosa impongan al resto de la sociedad su concepción ideológica de, por ejemplo, la superioridad de los hombres sobre las mujeres o cualquier otra variante de los roles que consideran inamovibles. De ahí que la laicidad del Estado sea un pilar fundamental del funcionamiento de la democracia. En el Perú estamos lejos, pero cada vez más personas son conscientes de esta articulación indispensable.

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