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Política

La revolución (liberal) y la tierra

“Otro hubiese sido el cantar del mundo campesino si las tierras expropiadas se entregaban a los campesinos en propiedad individual”.

TAFUR
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El documental La revolución y la tierra nos invita a repensar la narrativa histórica que un sector de la derecha ha impuesto sobre la reforma agraria y que no solo distorsiona groseramente los hechos ocurridos sino que carece absolutamente de sentido crítico.

Dicha narrativa sataniza la reforma agraria a fardo cerrado tratando con ello de lavarle el rostro a los beneficiarios de un sistema de explotación nefasto e ilegal que sembró atraso en las mayorías populares (puestas en la balanza, resulta evidente que denunciar esas tropelías históricas debería importar mucho más que lamentar los tropiezos de un proceso mal conducido).

Inclusive desde una mirada liberal, es factible cuestionar que se le atribuya a todos los hacendados y gamonales expropiados el don de haber sido pioneros empresariales, una suerte de príncipes capitalistas portadores de modernidad, abusados por una dictadura de cachacos socialistas.

En verdad, la dictadura velasquista fue benévola con algunos de estos terratenientes. Lo primero que debió haber hecho Velasco, o cualquiera de los tantos que también propugnaba la necesidad de llevar a cabo una reforma agraria, fue una revisión exhaustiva de la legitimidad de los títulos de propiedad que decían tener los hacendados y gamonales.

Un número significativo de las posesiones que estos señores administraban no correspondía a compras efectivas de tierras a los comuneros que las habitaban previamente, sino que fueron el resultado de actos de violencia contra ellas o gratuitas concesiones otorgadas ilegalmente por el amigote o pariente de turno en los sucesivos gobiernos oligárquicos.

La mayoría de los terratenientes eran los Orellana de la época, que se aprovechaban de sus contactos con jueces, policías, militares, congresistas o ministros e iban así expandiendo sus tierras a costa de sus legítimos propietarios.

Habría sido también de justicia histórica conformar una suerte de Comisión de la Verdad dedicada a investigar la enorme cantidad de violaciones a los derechos humanos que tras los límites de las haciendas se producían.

Todos los responsables de tales abusos debieron haber terminado en la cárcel y habérseles impuesto millonarias reparaciones civiles a favor de las víctimas o sus deudos. Y, sin duda, los montos de tales reparaciones habrían superado el valor de los bonos que graciosamente el gobierno militar concedió a muchos que no lo merecían.

Solo a los hacendados que hubieran podido demostrar la legalidad de sus posesiones y que, además, regían la propiedad dentro de los márgenes de la ley, se les debió respetar sus tierras. No debieron ser expropiados. Eran ejemplares capitalistas y símbolos de la modernidad empresarial que el Perú de entonces necesitaba, como necesita hoy.

Otro hubiese sido el cantar del mundo campesino si las tierras expropiadas se entregaban a los campesinos en propiedad individual. El modelo cooperativo que eligió Velasco fue un desastre. Una fórmula capitalista, en cambio, habría generado decenas de miles de propietarios, no una costra burocrática ineficiente y corrupta.

Si fuera cierto que la reforma agraria velasquista ayudó a disminuir la potencia de Sendero Luminoso, si hubiera consistido en extender el capitalismo individual entre los campesinos, probablemente el presidente Gonzalo ni siquiera habría aparecido.

-La del estribo: una delicia leer al mejor Vargas Llosa en Tiempos recios. A algunos críticos preocupaba un presunto declive creativo de nuestro principal novelista. Con su última novela demuestra que tales temores eran infundados.

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