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Política

Tigresas de papel

Dos leales saltan a otro barco.

EDITORIAL
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La resistencia de Fuerza Popular y de sus voceros a la disolución del Congreso era de papel. Las encendidas proclamas que anunciaban que sus integrantes lucharían hasta el final para reabrir el Congreso duraron poco. Primero el partido resolvió participar en las elecciones del 26 de enero, en un acto casi secreto, presentando a siete exlegisladores a la reelección, una decisión que provocó la renuncia al partido del legislador Carlos Tubino, un fiel entre fieles, un bravo entre bravos cercanos a Keiko Fujimori.

En un segundo acto, también abandonaros sus trincheras fujimoristas dos exlegisladoras de duro talante leal, Rosa Bartra y Yeni Vilcatoma, la primera señalada como responsable de la debacle de la exmayoría parlamentaria luego de convertirse en la capitana del equipo radical que desafió al Gobierno bajo la seguridad de que el presidente no disolvería el Congreso. La segunda era hasta hace poco una aguerrida crítica de la corrupción y estandarte de toda denuncia que le rindiera algún rédito como defensora de la transparencia pública.

Ambas se han refugiado en Solidaridad Nacional, uno de los grupos más comprometidos con la corrupción, por cuyas siglas fueron elegidos en los últimos años varios alcaldes procesados por delitos diversos, uno de los cuales –el del distrito de La Victoria, de Lima– era cabecilla de un grupo mafioso y que, para más señas, su propio líder y fundador, el exalcalde de Lima Luis Castañeda, también se encuentra procesado y con impedimento de salida del país.

En su desesperación, el dúo de leales fujimoristas ha recalado en un partido cuestionado severamente por la Comisión Lava Jato que presidió Bartra y cuyas conclusiones fueron ardorosamente defendidas por ella y por Vilcatoma. Una de las conclusiones del informe final de dicha comisión acusa a Castañeda de negociación incompatible y tráfico de influencias en el caso del proyecto Línea Amarilla.

Las claves para denominar al transfuguismo, arribismo y la falta de consistencia son insuficientes para calificar el apurado tránsito de las dos exlegisladoras. Es cierto que su salto a Solidaridad Nacional expone en toda dimensión su oportunismo y confirma sus identidades apreciadas por la mayoría, y que solo algunos se negaban a reconocer. Al fin y al cabo, tampoco han cambiado de bando; no han abjurado de su defensa de la corrupción ni han pasado arrepentidas a las filas de algún grupo democrático, ninguno de los cuales las habría recibido. La verdad es que están donde deben estar, y hasta es posible que representen adecuadamente los “intereses” del partido que les ha dado refugio. Bien visto, hasta podría ser una promoción.