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Política

Vizcarra a media caña

“El presidente se mantiene firme en su medianía. Es lo que es y por lo que se ve no nos asomaremos a un Vizcarra reenganchado”.

Juan Carlos Tafur
Juan Carlos Tafur

Vizcarra en sus trece, sin reformas a la vista, ha decidido no pisar el acelerador. Muchos, desde la derecha y desde la izquierda, esperaban que el interregno en el que Vizcarra puede gobernar con decretos de urgencia (todo está permitido menos a cambios constitucionales o electorales), le iba a imprimir más velocidad a diversas medidas o al menos a lo avanzado en materia judicial y la política, pero, al parecer, no tenemos un régimen dispuesto a quemar etapas.

El presidente se mantiene firme en su medianía. Es lo que es y por lo que se ve no nos asomaremos a un Vizcarra reenganchado. Por el contrario, repite el formato que mostró luego del referéndum: después de tremendo triunfo político, en lugar de manifestar alguna hiperactividad, se condujo al pasmo. Esta vez, luego de haber aplastado a la oposición cerril del fujiaprismo con la audaz disolución del Congreso, se reedita la parsimonia.

De repente era y es mucho pedir. Sus defensores dicen que lo que Vizcarra ya ha logrado, como es darle un golpe casi mortal a la costra política que nos gobernaba y probablemente dar pie a una renovación estamental de la misma, es más de lo que un gobernante suele hacer en un periodo tan corto.

Puede ser verdad, pero quizá el presidente debiera darse cuenta de que si no concluye algunas reformas o emprende algunas otras, lo suyo no pasará de una anécdota confrontacional en la larga historia del país. Y por el contrario, si se animase a efectuar cambios estructurales, el suyo se inscribiría en las ligas mayores de las últimas décadas. Podría ser no solo el gran liquidador de una transición fallida sino, a su vez, el heraldo de nuevos tiempos republicanos.

A despecho de ello, el gobierno aparentemente va a recorrer el camino del populismo microeconómico para mantenerse al tope en las encuestas. Así, lo del aseguramiento universal, los genéricos, el aumento del sueldo mínimo, etc., van en ese sentido.

Ello, por cierto, no es criticable. No hay forma de manejarse con relativa tranquilidad en un barrio tan caliente como el regional sin una dosis controlada de populismo social y político. A contrapelo de lo que abominan algunos fetichistas libertarios, para quienes casi toda política pública es, por definición, populista, el mejor ejemplo de convivencia entre cambios liberales y medidas heterodoxas ocurrió en los 90, la década donde se desplegó el más ambicioso paquete de reformas de los últimos lustros. Y Fujimori lo pudo hacer gracias a una combinación exitosa de liberalismo con micropopulismo.

El problema sobreviene cuando se desarrolla dicho paquete populista, tanto en materia de políticas sociales como de gestos tribuneros, sin el correlato de reforma estructural alguna, tan solo con el afán de mantener elevada la tasa de aprobación ciudadana, como parece ser el caso de Vizcarra.

Ello es lamentable, porque tiempo para hacer algo más trascendente tiene, más aun cuando es muy probable que desde el próximo año tenga al frente a un Congreso amigable y en esa medida podría desplegar casi sin resistencia un paquete de reformas tendientes a cambiar desde sus cimientos un tinglado judicial, político y económico que ha mostrado un patológico desfase de los imperativos de la coyuntura.

La del estribo: soberbia la puesta teatral La Celestina. Difícil a ojos del espectador habitual –acrecentado por los diálogos en castellano antiguo– la obra, sin embargo, se eleva sobre ello con la estupenda actuación de un elenco encabezado por Montserrat Brugué, en la que debe ser la mejor performance de su carrera teatral.

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