Elegir a un alcalde para regir sus destinos durante cuatro años, es como nombrar a un paciente de un establecimiento psiquiátrico para dirigir la institución.,Soy limeño porque nací en esa demarcación territorial y política que hemos convenido en llamar Lima. Sin embargo, cada año soy más consciente de lo inasible que resulta esta monstruosa aglomeración urbana que, por aferrarnos a una sombra de certeza, conocemos como ciudad. Pero todos sabemos que casi nadie es capaz de tener en mente un mapa completo de Lima. El crecimiento inorgánico de esta megalópolis, la proliferación incontrolada de lugares precarios para vivir, producto de una angustiosa –en particular para quienes se ven obligados a hacerlo por cuestiones de supervivencia- inmigración, ha hecho de nuestra urbe un lugar, literalmente, impensable. En esas condiciones, elegir a un alcalde para regir sus destinos durante cuatro años, es como nombrar a un paciente de un establecimiento psiquiátrico para dirigir la institución. Las posibilidades de que se elija a uno de los más graves son considerables. Es cierto que no somos el único lugar en donde suceden estos fenómenos que desafían la comprensión. Brasil se tambalea en el borde de la cornisa, con un candidato como Bolsonaro, quien ha declarado, entre otras lindezas, “si colocan a mujeres porque sí, voy a tener que contratar negros también”. En esa misma tesitura, uno de los candidatos a la alcaldía de Lima ha sentido el impulso de compartir su intimidad contando que “su mujer le toca la cosita de vez en cuando”. Estos mensajes deshumanizantes encuentran cierto eco. También rechazo, y eso impide que todos tiremos la toalla al unísono. Pero el asunto del eco es sintomático de muchas cosas. Una de estas es que la desesperación por la violencia, el miedo al futuro, el legítimo deseo de vivir mejor, no necesariamente se combinan bien. Una persona me decía hace poco, no bien llegó a mi consultorio: “En el Metropolitano todos nos odiamos”. Se refería a lo que sucede en horas punta –que son muchas, según me explica- entre los pasajeros. El espacio público de esto que insistimos en llamar ciudad, se convierte en un campo de batalla, pero no de bandos opuestos, sino de todos contra todos. Las últimas encuestas –que de manera inexplicable siguen sin poder publicarse una semana antes de la votación, otra de esas reglas que nos hacen más difícil la intelección del espacio en el que habitamos- dan luces de esperanza. Pero a veces esos intersticios a los que nos apegamos son refinados actos de crueldad, provenientes de algo que hemos creado entre todos, para que la caída duela aún más. Ante tamaña fragmentación, y en medio de señales tan desalentadoras como la negativa de Fuerza Popular a atribuir al cabecilla de la banda de Los Cuellos Blancos, así como a los integrantes del CNM, la pertenencia a dicha banda, la hipótesis del manicomio cobra fuerza. Lima la horrible e incomprensible aguarda un milagro. De pronto acontece y afianza un esbozo de esa identidad esquiva. El domingo lo sabremos.