“Me da miedo ir a la escuela”. Plantéense escuchar esas palabras de la boca de sus hijos una mañana. Porque quizás si verbalizamos el miedo en primera persona y en sus voces nos invoque con ferocidad la urgencia de hacer algo. Porque su miedo -el miedo de un niño, de un adolescente en alguna parte del país- debería ser nuestro punto de inflexión.
Temer es lo opuesto a aprender. Y ahora que empieza el Año Escolar (o que intenta empezar), lo que ha llegado es el miedo.
Da miedo entrar a un salón con ventanas rotas y carpetas oxidadas, da miedo ver escaleras clausuradas por tercer año consecutivo, da miedo ir al baño sin condiciones mínimas de salubridad. Porque además en la mañana escuchas que los techos de los centros comerciales se caen, y que ese techo pueda ser también el de tu escuela no te da la seguridad que aprenderás sin la amenaza permanente de un peligro sobre tu cabeza.
Da miedo que la maestra te ofrezca el desayuno en tu carpeta y no sepas si caerás enfermo al regresar a casa. Da miedo porque en las noticias escuchas de bofe y carne de caballo, de niños intoxicados y en el hospital. Y luego en la escuela intentan explicarte sobre alimentación nutritiva y hábitos saludables, sobre la prioridad de la lucha contra la anemia y lo determinante que es para aprender mejor. Da miedo porque aprendes de la contradicción y no de la consecuencia.
Da miedo que llegues al patio de tu colegio, y se aparezca la Presidenta del país y el Ministro de Educación a anunciarte que están pensando en la pena de muerte. O estar al lado de tu compañero venezolano y escucharles amenazar con sanciones a aquellos migrantes que no puedan justificar sus ingresos. En el país de la informalidad y el subempleo. En el país de la discriminación y la exclusión vociferante.
Da miedo que tus maestros no lleguen porque aun la UGEL no los contrata, o que lleguen los que quieren evaluarme sin que hayan pasado ellos sus propias evaluaciones, o que lleguen a mi escuela esos que no son maestros, esos que acosan, abusan o violentan a mis compañeras, que un mal día deje de verlas asistir a clases porque terminaron embarazadas de sus tutores, o porque cuidan al hermanito menor, porque voy a una escuela donde no se habla de igualdad de género, donde no se habla de la violencia contra las mujeres, donde no se habla de educación sexual, porque todo lo prohibieron, porque a todo hay que temerle, porque llegaron con plumones y lo tacharon de los textos escolares.
Da miedo que me obliguen a aprender en un idioma que no es el mío, que mi cultura sea subestimada, que me enseñen que mi identidad y mis costumbres son para el folclor del entrenamiento y el turismo. Da miedo aprender a ponerle estigmas y vencimiento a lo que pensaba preservar, a terminar la escuela y que no haya a dónde más aprender porque todo está en la ciudad, y abrazar sin remilgos la idea de que solo existe una forma de ver el país y el mundo.
Da miedo que pongan un explosivo a la hora del ingreso, que al director lo extorsionen y no haya quien garantice que estaremos seguros mañana. Da miedo que los trayectos al colegio sean inseguros, que no haya caminos ni puentes, que todo me sea adverso para llegar al lugar más importante. Y ya en mi aula, da miedo que haya agresores entre mis compañeros y la maestra no me crea, que salir al recreo sea exponerme a la violencia sin vigilancia. Da miedo aprender en la clase de sinónimos que decir “escuela” es decir “desprotección”.
Da miedo que me prohíban aprender la verdad porque incomoda a los políticos, que cuando me enseñen Cívica y Democracia el profesor nos ordene leer y copiar de un cuaderno, que nos mande a callar si debatimos o participamos o hacemos preguntas difíciles porque él es la autoridad y quiere orden. Da miedo aprender que ser ciudadano es lo individual y no el bien común, da miedo que la escuela sea el lugar donde aprendo todo al revés.
Da miedo que me impidan usar celulares para que no acceda a información falsa y que, tres segundos después en la clase de Historia, me enseñen que hubo presidentes corruptos pero encomiables, que hubo violaciones a derechos humanos pero que no cuestione los métodos y agradezca a los abusivos. Da miedo que me prohíban el pensamiento crítico, que me callen si no estoy de acuerdo. Da miedo aprender a dejarlo todo igual.
La fuerza volcánica que tiene la escuela para convocar, para inspirar, para encender, se ha extinguido bajo la ceniza de la desconfianza, el temor y la desprotección. Si nos da miedo ir a la escuela es porque algo se nos rompe como nación, es el síntoma de un Estado incapaz de proteger a los más valiosos, del abandono y la desidia de autoridades que ya no tienen autoridad porque ni la niñez ni la juventud los emplaza con urgencia.
Es hora de recuperar una escuela sin miedo, hacerla nuestra y dejar de pensar de forma individualista para actuar en comunidad. Si hay que movilizarse, es ahora, y por la educación. Que si no lo hacemos y no se los exijimos con valor, estos políticos ya nos han demostrado que no lo harán. Ni calidad ni ciudadanía, ni tolerancia ni diversidad. No será educación lo que ofrezcan las escuelas, será simple y llana represión.
La escuela, el instituto, la universidad es el espacio de acción ciudadana. Si no recuperamos la educación para la libertad con justicia, perderemos el futuro y toda certeza de poder cambiarlo.
Columnista invitado. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.