Los 79 votos en el Congreso que censuraron a Santiváñez marcan un nuevo escenario político, el inicio del proceso electoral. La cuenta regresiva oficial para el gobierno de Dina Boluarte, rechazado por una mayoría nacional del 93% (Datum) que se sostiene por un balón de oxígeno que le da el Congreso.
Un gobierno sin más imperativo que sobrevivir, a costa incluso de abandonar la gestión del Estado. Si Boluarte despidió a Santiváñez con sentimiento de vals, el ministro que dio, dijo, “alma, vida y corazón”, su terca permanencia en el cargo por diez meses, con 1,800 homicidios durante su lamentable gestión, se explicaría con otro registro de vals “ese secreto que tienes conmigo, nadie lo sabrá…”
Fuerza Popular y el gobierno intentaron desinflar la convocatoria a la marcha del viernes. El jueves por la noche, cuando las orquestas de cumbia posteaban una a una su retiro y Daniela Dancourt advertía que a la marcha irían delincuentes, “caviares y demás”, Leslie Shaw rompió filas y anunció que iría. Las redes sociales hicieron sentir el enojo del país; un huaico de posts encendidos de ciudadanos que ya no aceptaban excusas torció la decisión de los artistas. Dieron marcha atrás, fueron.
La del viernes fue una movilización masiva. En la noche, el contingente llegaba a la plaza del Congreso y se extendía por la avenida Abancay hasta donde alcanzaba la vista, el parque universitario y, se comentaba, todavía seguían saliendo piquetes de la plaza San Martín. Convocados contra el crimen organizado salió gente anónima, taxistas, bodegueros, comerciantes de centros comerciales, estudiantes de algunas universidades (regresaron), obreros de construcción civil, algunos partidos políticos. La amenaza “caviar” al completo, espetó el congresista Montoya.
Fue una marcha masiva y pacífica. Mucha juventud, con Elmo paseando en moto, capibaras gigantes bailando al ritmo de potentes batucadas, entusiasmo y también indignación y el recuerdo de los muertos en las masacres del sur. Todos con una exigencia que resonaba fuerte, “¡Fuera Dina!”.
A nadie se le escapa, sin embargo, que algunas orquestas de cumbia, golpeadas por la extorsión y el vil asesinato del cantante Paul Flores, objetaron que no querían meterse en “política”. En respuesta, las redes viralizaron imágenes de esas orquestas haciendo política, cantando en las campañas de Renovación Popular, APP, Fuerza Popular, etc. Tienen algunas un speech conservador y se relacionan habitualmente con el poder político. Es también evidente que la costa norte es un bastión de la derecha, por lustros.
Sí, se movilizaron muchos y muy diversos en 14 regiones del país, en lo social, lo cultural y en lo político. Incluso grupos de personas que habitualmente no hubieran coincidido en una marcha a no ser por la presencia de Dina Boluarte en Palacio de gobierno y el dramático incremento de la extorsión que viene parejo con la desactivación de las unidades de élite de la PNP con este gobierno y con el de Pedro Castillo. Lo que nos lleva a abordar un par de asuntos: el pueblo y la política.
Sobre lo primero. Lo que con frecuencia se llama “el Pueblo” con mayúscula es en realidad una diversidad de presencias. No es una voz, son muchas voces y a veces voces en pugna. El historiador marxista E.P. Thompson sostenía que la clase obrera no era una “cosa” sino un “hecho social”. Esto es, pensando en “el pueblo”, lejos de imaginarlo como una “cosa” idealizada en la mente, una categoría monolítica llamada “pueblo”, habría que reconocer en nuestro contexto nacional, diverso y fragmentado, a los “pueblos”.
Hacer política, a final de cuentas, es recoger esa diversidad. Buscar en lo posible un piso común, nacional y popular. Un pacto social que sepa aglutinar alrededor de una visión progresista. Lo contrario de la política es la retórica que imagina uno y solo un “pueblo” sólido, un solo puño. A la espera de un líder o un partido que lo encarne todo. Un partido único, un caudillo. Hacer política, en cambio, es retomar la mirada de José María Arguedas “No hay país más diverso”.
La movilización nacional de ayer ayudó a exorcizar el cuco de “la política”, una mala palabra desde los tiempos del fujimorismo. “No hacer política” ha sido por décadas la consigna de los que aceptan de forma implícita un estatus quo que sostienen ciertos partidos y poderes fácticos. No más.
En la marcha, donde se ejerce el derecho político a la protesta contra una coalición política nefasta, una pancarta desplegada en al Abancay respondía a la periodista Verónica Linares: “Todo es política”.
La destitución de Santiváñez no acaba con el crimen organizado. Ni de lejos. Pero puede dar paso a un periodo de movilización en las calles y de vigilancia ciudadana que le marque el paso a la coalición en el poder. A estar atentos.
Socióloga y narradora. Exdirectora académica del programa “Pueblos Indígenas y Globalización” del SIT. Observadora de derechos humanos por la OEA-ONU en Haití. Observadora electoral por la OEA en Haití, veedora del Plebiscito por la Paz en Colombia. III Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro por “El hombre que hablaba del cielo”.