La recordada película de Harold Ramis, El día de la marmota, se estrenó en 1993. El filme se basa en la tradición según la cual todos los años, el 2 de febrero, la marmota sale de su madriguera y decide si ya está por terminar el invierno (esto sucede en el hemisferio norte). Si el animal, al salir de su hibernación, no ve su sombra, por ser un día nublado, entiende que el invierno está por terminar y abandona su madriguera. Si, por el contrario, es un día de sol que le permite ver su sombra, significa que aún falta más tiempo para que termine el invierno y vuelve a hibernar.
En la película de Ramis, Bill Murray interpreta a Phil Connors, un meteorólogo que acude al pueblo de Punxsutawney para cubrir el despertar de la marmota. Se trata de un hombre arrogante, frustrado (piensa que este tipo de reportaje es de poca monta) y de mal carácter, con una suerte de romance complicado con Rita, su nueva productora, interpretada por Andy MacDowell. Al terminar el día emprenden el camino a Pittsburgh, pero una tormenta de nieve cierra los caminos. Se ven obligados a retornar a Punxsutwaney y pernoctar en una pensión. Al día siguiente, Phil constata que es nuevamente el 2 de febrero y todo se repite, sin que nadie, salvo él, lo advierta. Está atrapado en un bucle temporal.
A menudo pienso en la situación de Phil cuando me entero de las noticias en nuestro país. Incluso cuando trato de evitarlo, las informaciones me asaltan por diversos medios, incluidas las personas con las que interactúo en casa, la calle o el consultorio. Pese a que yo mismo a menudo recomiendo a personas agobiadas y con trastornos de ansiedad generalizada, que hagan dieta de noticias deprimentes, no puedo hacer lo propio. En casa del herrero…
Ya sean las leyes que el Congreso no deja de promulgar en favor de intereses delincuenciales –de los que a menudo ellos mismos forman parte– o la catatonia del Ejecutivo, cada jornada trae su cargamento de frustración, indignación y tristeza. El Congreso está con 4% de aprobación, pero, como señala Rosa María Palacios, no les importa. Hace tiempo abandonaron toda pretensión de aparentar decencia o preocupación por el país. Solo les interesa beneficiar a los grupos que los financian y, a su manera, también ellos están atrapados en el día del roedor.
En esas condiciones el desafío de conectarse con la esperanza es abrumador. Mucha gente, por eso, parece haber desistido. Es un mecanismo de defensa muy usual en los trastornos de ansiedad. Si te sitúas en el peor escenario, entonces, piensas, ya nada podrá sorprenderte. Puesto que lo habías previsto, imaginas, tienes un cierto control sobre la situación. Lo cierto es que esta intentona está condenada al fracaso. La ilusión de controlar el futuro no es más que una tortura previa. Sufrimos más, sea cual fuere el resultado previsto.
En la película, Phil hace algo aún más drástico. Al comprender que la alarma de su reloj de la mesa de noche lo despierta cada mañana con la misma melodía radial, decide suicidarse. Sin éxito. No importa lo que haga, los días se repiten y su desazón aumenta. Como es un hombre avinagrado, se desquita con las personas que encuentra a diario, siempre las mismas, a las que maltrata. Como decía el movimiento punk décadas atrás: no future.
Leí con interés una entrevista que le hace Emilio Camacho a Patricia del Río en este diario. Respecto a la época en que se dedicaba al periodismo a tiempo completo, dice lo siguiente: “No es que lo que yo miraba no fuera real, pero eso no era lo único que existía. A veces nos ponemos a mirar pésimas noticias y creemos que eso es todo lo que hay. Te olvidas que no solo hay peruanos corruptos, hay peruanos que salen a trabajar todos los días, que nunca le han robado un solo sol a nadie”.
Pues eso es lo mismo que sucede con Phil. Al darse cuenta de que su descontento consigo mismo y su vida no conducen a ninguna parte, algo cambia en él. Decide ayudar a la gente del pueblo que encuentra todos los días: el vendedor de seguros insistente y pesado, el anciano moribundo, etcétera. Al mismo tiempo, puesto que tiene todo el tiempo del mundo, se pone a aprender cosas nuevas. Practica el piano hasta convertirse en un eximio intérprete de jazz. Aprende francés y lee poesía. Poco a poco, su personalidad va cambiando. Deja de ser un hombre impaciente e intolerante. Adquiere empatía y compasión.
Todos estos cambios requieren tiempo, pero eso es lo único que le sobra a Phil. Algunas personas han intentado calcular cuanto tiempo requeriría adquirir todas las habilidades y cambios profundos en la personalidad, como en el caso del meteorólogo. Digamos que la respuesta es psicoanalítica. Nadie cambia tanto y para bien, de la noche a la mañana. Finalmente, está listo para amar a Rita y lograr que ella lo ame a él. Freud diría que ha salido de su miseria neurótica para poder vivir, gozar y sufrir sin estar atrapado en las mallas de la psicopatología.
Creo que si han leído hasta acá, habrán comprendido adónde trato de llegar. Si somos capaces de resistir esta marea cotidiana de malas noticias, sobre todo en lo que respecta a la destrucción de las bases de nuestra convivencia social, prevaleceremos. No será fácil, como no le fue fácil a Connors escapar al bucle temporal. Tendremos que aprender a luchar, pero también a unirnos por encima de nuestras diferencias. Basta con que estemos de acuerdo en la necesidad de ser una comunidad de personas que se respetan, aunque piensen de manera distinta. Somos más que ese cuatro por ciento.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".