Escribo estas líneas bajo un cielo encapotado y denso, ese gris difuminado propio de Lima, incluso en estos días en que se anuncia la temporada estival. Pero en términos de sensación no térmica sino emocional, este es el cielo de todo el país. A pesar de que sabemos que en buena parte de nuestro (¿) territorio, suele brillar un sol radiante que ilumina variantes del azul al celeste. Pero no en lo que atañe a la manera en que sentimos el estado de cosas y el futuro, este sí nuestro sin interrogantes. Cada día que transcurre nos trae noticias, unas más graves que otras, unas alarmantes y otras ridículas, pero casi todas capaces de desalentar al más recalcitrante de los optimistas.
Esa aguja de medición va desde la afirmación de la presidenta, que inaugura una estatua de la justicia anunciando que se le va a quitar la venda, hasta la habitual negligencia de la policía, que permitió el atroz asesinato de Sheyla Cóndor, el cual pudo haber sido evitado. Nadie sabe si lo de Dina Boluarte fue un acto fallido. La venda de la estatua representa la imparcialidad de la justicia. Quitársela implicaría renunciar a dicha equidad. Al ver la situación de los dos prófugos más célebres del país, Vladimir Cerrón y Nicanor Boluarte, hermano de la mandataria, se podría pensar que habló el inconsciente. Pero siempre hay que dejar abierta la posibilidad de la ignorancia, en particular con la clase política que nos gobierna, la cual nos tiene acostumbrados al reino del disparate.
Lo que se sabe con certeza es que la policía arrastró los pies ante la denuncia de los familiares de la joven Sheyla. Ellos sabían quién la había secuestrado -un suboficial de policía- y dónde la tenía. La inacción de la comisaría, que primero avisó al secuestrador y luego de algunas horas fatales salió a encontrarlo, terminó en un crimen atroz y un aparente suicidio no esclarecido. El video propalado en las redes es un esperpento. También aquí se oscila entre lo grotesco y el horror.
Este año se publicó la traducción al español de Gris: El Color de la contemporaneidad (Siruela), del filósofo alemán Peter Sloterdijk. Desde el prólogo cita al gran Paul Cezanne: “Mientras no se haya pintado un gris no se es pintor.” Recordé, durante mis años de estudiante en la PUCP, una tarea de la Escuela de Artes que consistía en pintar un bodegón de grises. La traigo a colación porque algo intuí desde entonces acerca de la importancia del gris, a quien algunos consideran un no color. Por el contrario, asegura Sloterdijk, parafraseando al pintor de la montaña Santa Victoria: “Mientras no se haya pensado en el gris no se es filósofo.”
Lo cual nos devuelve a la grisura que nos circunda: todo parece recubierto de diversas tonalidades de ese color atribuido a afectos pertenecientes al inframundo de la depresión. El pensador alemán cita a Homero, quien hace confesar nada menos que a Aquiles: el legendario guerrero preferiría ser un jornalero vivo antes que el pálido fantasma de un príncipe del Hades, la versión griega del infierno. Se entiende que en el inframundo los colores vivos están ausentes, en cambio abundan las tonalidades de gris: “El gris que da que pensar, se lo conciba como concepto o como metáfora, o bien como metonimia, hay que asignarlo a lo indeciso: representa lo medio, lo neutral, lo no especial, la integración en lo acostumbrado, más allá de lo agradable y lo desagradable.”
Esta mediocridad no es reciente entre nosotros. Por el contrario, estamos atravesados de expresiones vinculadas a la indeterminación, como aquello de “ni chicha ni limonada”. Se atribuye al arquitecto y escritor limeño Héctor Velarde la observación acerca del estado de la puerta: solo entre nosotros, dice, se responde a la pregunta sobre si se deja la puerta abierta o cerrada: “júntala nomás.” Cierto, este ethos indeciso, precavido, temeroso, no es nuevo. Forma parte de nuestra proverbial desconfianza y miedo a las consecuencias de una decisión franca, contundente. Se podría decir que somos aversos al conflicto. Algo que nuestra historia, incluso la más reciente, desmiente. Acaso habría que situarse en una zona gris, pero altamente inflamable. Ahí está el conflicto armado interno para demostrarlo. Una vez alcanzada la temperatura social del incendio, algo que ningún instrumento social parece capaz de fijar hoy, la deflagración se pone en marcha.
En suma, ese gris es engañoso. El historiador francés Marc Bloch, gran pensador y heroico resistente durante la ocupación nazi de su país, escribió un libro cuyo título nos convoca: La extraña derrota. En 1940 escribió: “El relato de esta extraña derrota, aquella de nuestra voluntad francesa embotada por el conservadurismo, adormecida por el conformismo, ablandada por la burocracia, abandonada por una parte de sus élites.” La cita la hizo el presidente Macron, con ocasión del traslado de sus restos al Panteón en París, cuyo frontis reza: “A los grandes hombres, la patria reconocida.” Permítanme anotar que entre esos grandes hombres cada vez se cuentan más mujeres, como Simone Weil o Josephine Baker. También que la familia del historiador aceptó el traslado con una condición: que durante la ceremonia no estuviera representada la extrema derecha, según cita el diario Le Monde.
Nosotros parecemos estar atrapados en el aura de esa “extraña derrota” de Bloch. Los políticos corruptos que desvalijan el Estado y destrozan nuestras instituciones, cuentan con esa parálisis. Lo suyo puede ser ignorancia o negación. Lo seguro es que quien siembra vientos, no cosecha un cielo gris inamovible.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".