Las horas más oscuras, por Jaime Chincha

“Mientras el Perú se destaja entre el desempleo galopante, el recorte de sueldos, la categoría BBB- y la delincuencia, a la señora Boluarte de Rolex le importan más las ojeras y las patas de gallo”.

Es 1983. Mi tío Abraham Chincha (Lima, 1950-2023) interrumpe con su voz el audio de la televisión de Tealdo. ¿Tú sabes qué es el túnel trasandino?, me inquiere, mirándome fijamente a los ojos. Mi cara es un no en silencio. Chincha me empieza a contar de un proyecto engavetado en los anaqueles de la Presidencia del Consejo de Ministros, desde los tiempos de la dictadura militar. Es 1983 y el tío Abraham es el jefe del Gabinete de Asesores de la PCM. Una carretera ancha y larga, capaz de unir Ucayali y el Callao —prosigue—, y que corta con un túnel toda la cordillera de los Andes. Es 2016 y estoy en Barajas. Alquilo un automóvil que nos llevará de Madrid a Jaén. Durante el recorrido, atravieso unos tres túneles de entre dos y cuatro kilómetros por debajo de los cerros. Es 2016 y recuerdo a mi tío Abraham. Es 1983 y, mientras remoja un pedazo de pan en los restos de estofado que le quedan del almuerzo, Chincha se ilumina mientras me cuenta de lo que, en sus propias palabras, es la obra de infraestructura más importante y por demás necesaria para el Perú. “El gran problema de este país, además de la educación, es la red vial: si no somos capaces de cortar en dos la cordillera, estamos jodidos”. Es 2024 y el túnel trasandino es una quimera, una sombra, una ficción. 

Y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Abraham suele citar a Calderón de la Barca como quien recuerda el recetario. Y yo cito al tío porque siempre tuvo razón. ¿Se imaginan una amplia, asfaltada y señalizada autopista, capaz de unir todo el eje central del Perú? Una vía que no te lleve por Ticlio, sino por debajo de toda esa gran arquitectura montañosa que el destino nos dejó como signo ante el mundo. ¿La gran arteria terrestre que interconecte, suelde, ensamble este país sin ley? El proyecto debe seguir enmohecido en algún armario de la PCM. Tan o más estropeado —casi en condición de ruinas— que el Archivo General de la Nación, hoy venido a menos. “Documentos que remontan a los siglos pasados requieren condiciones especiales para no ser destruidos por la humedad, las filtraciones de agua, los insectos, el fuego y los cambios bruscos de temperatura”, alerta el periodista Fernando Carvallo. “Ahora ya tenemos la fecha en que se movilizarán los más de 150 millones de documentos que son la base para entender el pasado de la nación: será en agosto de este año cuando se trasladarán esa multitud de cajas al mencionado local industrial. En ningún lugar ni en ningún momento se ha explicado cuál es el plan a mediano o largo plazo para ese magma vital de contenido”, advierte la historiadora Natalia Sobrevilla. Y yo pienso que los papeles que sustentan el túnel del tío Chincha deben haber sido fagocitados por este moho mazamorrero que suele hacernos estornudar en otoños como este.

Es 2024 y la presidenta en funciones resulta que vive en el mundo de Barbie. Come on, Barbie, let’s go party. Un prolijo reporte de la periodista Sonia Suyón, en Hildebrandt en sus trece, desnuda la banalidad presidencial con un nivel de detalle del tamaño de una vacancia. “La señora Boluarte —cuentan allegados de Palacio— quería despojarse de la curvatura de su nariz aguileña que sobresalía en aquellas fotos de perfil que salían publicadas en los diarios y que desataban su mal humor”, cuenta Suyón. Es decir que, mientras el Perú se destaja entre el desempleo galopante, el recorte ineludible de sueldos, la categoría BBB- según S&P Global Ratings, la delincuencia respirándonos en la nuca; mientras seguimos siendo un país cual una humareda vista a lo lejos, a la señora Boluarte de Rolex, Cartier, Bulova, Fossil y Michael Kors le importa más ocuparse de, según Sonia Suyón, “las ojeras y las bolsas, las patas de gallo en el contorno de los ojos, las marcadas líneas de expresión en la frente y las manchas del rostro”.

La señora Dina Boluarte gobierna su estética primero, pero el Perú ¡ay! se sigue muriendo. ¿Qué clase de presidenta es esta que no está pensando en el túnel trasandino de mi tío Abraham, en el tren de la costa, en el tren de la sierra, en el tren de la selva? ¿Qué estaremos pagando para no integrar a este Perú que se mira el ombligo con la cerviz perpetuamente humillada? ¿Por qué no otros trenes del norte, del centro y del sur? ¿En muchos metros en cada ciudad, y en metropolitanos, y en buses integrados a todo meter y hasta en peque peques que abracen hasta el último confín de este país del que me enamoré respirando su ichu de la Puna más asfixiante? Se nos sigue doblando el trasero y el alma con cada transporte público precario, uno peor que el otro, pero la señora Boluarte “no se dejó ver por ningún lado, mientras se recuperaba de sus intervenciones estéticas”, según el demoledor artículo de Sonia.

¿Es consciente la presidenta en ejercicio del mal bicho en que se ha constituido para nosotros sus gobernados? Ha sido capaz de claudicar ante el remedo de Rey Momo que hace las veces de alcalde de Lima. Según papelería clasificada a la vista, el Perú deberá pagar US$262.404.600,04; o sea, más de 262 millones de dólares por los arbitrajes que, tanto la gestión de Jorge Muñoz como la de Rafael López Aliaga, nos obligan a garpar sin posibilidad de negociación. El alcalde López Aliaga se llena la boca del cuco de Odebrecht, como para mantener a su némesis políticamente hablando, y nos quita posibilidad cualquiera de futuro alguno. Eso, entre tantas otras graves advertencias, hizo el señor Carlos Oliva desde el Consejo Fiscal. Y la presidenta que nos tocó por el mal paso de la gente, tan cruel y despiadada, “viene recibiendo otros tratamientos menos invasivos que ayudan a disimular los rigores de la edad”, de acuerdo al semanario de Hildebrandt. La cabeza de Oliva se expuso en una bandeja de plata con fina joyería de alta gama. Una pobre mandataria que sobrevive por los votos de esos congresistas que se aumentan la función congresal. Los deja hacer lo que les viene en gana, con tal de ella seguir viviendo en su imaginario Baúl de la Felicidad.

Es 1984 y mi tío Abraham me comenta el sablazo de Tealdo a Manuel Ulloa. La televisión es mi obsesión, la ventana por donde se pueden decir cosas picantes, transgresoras y épicas, pienso. El país sin ley necesita que se abran las grandes alamedas, las sólidas carreteras que corten en dos los andes, que las trochas no sean más trochas sino vías asfaltadas que permitan el progreso. Es 2024 y la señora en cuestión —sostenida por un Congreso imbécil y angurriento— luce “con nariz perfilada, sin ojeras, con menos patas de gallo y con una sonrisa de oreja a oreja”.

Es 1983 y creo convencidamente en el túnel trasandino de mi tío Abraham Chincha.

Es 2024 y digo convencidamente que esta presidenta tiene, literalmente hablando, las horas contadas.

Jaime Chincha

Pie de página

Comenzó su carrera en 1999 en el equipo fundador del Canal N. Durante todo el año 2005, hizo reportajes de investigación para el programa Cuarto poder, de América Televisión. Entre 2006 y 2007, fue editor general de Terra TV, un canal de televisión por internet de Terra Networks. Desde octubre de 2018 a marzo del 2022, dirigió el programa diario Nada está dicho por el canal de pago RPP TV. Desde el 2 de mayo de 2022, regresó a Canal N para dirigir el programa de entrevistas de política y actualidad: Octavo mandamiento.