El humo que salía del edificio Alfred P. Murrah, ubicado en el centro de Oklahoma, podía verse desde varias manzanas a la redonda. Apenas unos minutos antes se había escuchado una explosión que sacudió a la ciudad y ahora el fuego y una densa capa gris y negra se confunden con los gemidos y los gritos de los sobrevivientes y de quienes piden ayuda. Al final del día, cuando el caos haya cedido un poco, el recuento arroja un saldo de 168 víctimas, incluyendo 19 niños que se encontraban en la guardería, y 680 heridos. Hasta ese momento no se sabía quién lo había realizado ni por qué eligieron ese lugar para realizar el peor atentado terrorista doméstico en suelo norteamericano, seis años antes de las Torres Gemelas.
El responsable del ataque fue capturado poco después y de casualidad mientras conducía. Su licencia de conducir registraba un nombre: Timothy McVeigh. McVeigh era veterano de guerra: había estado en la guerra del Golfo, iniciada por Estados Unidos contra Irak luego de mentir sobre la supuesta presencia de armas químicas. Ya para entonces, McVeigh había sostenido vínculos con grupos extremistas, algunos como el Ku Klux Klan y otros más violentos aún, que buscaban preservar una autodenominada “pureza racial” y derrocar al gobierno para detener el avance de las políticas de inclusión y la presencia de grupos afroamericanos, latinos y migrantes. Hasta entonces, las acciones de aquellos grupos se habían limitado a la planificación y alguna emboscada eventual para obtener armas y dinero. Oklahoma lo cambió todo.
Inicialmente, se pensó que se trataba de un ataque realizado por extremistas musulmanes. Tan solo dos meses antes, una célula terrorista había detonado un automóvil con artefactos explosivos en el corazón de Nueva York, lo que afectó el World Trade Center y dejó seis víctimas. La captura y presentación de McVeigh causó sorpresa y conmoción porque instaló en el debate público la existencia de grupos terroristas estadounidenses que podían causar igual o mayor daño que enemigos externos al país.
Como señalábamos, hasta antes de Oklahoma, los grupos de extrema derecha habían limitado sus actividades al reclutamiento de seguidores y la consolidación de una difusa ideología, que bebía de fuentes tan diversas como el nazismo, la Biblia y manuales de propaganda como Los diarios de Turner. Esta combinación tan dispar creó un discurso apocalíptico que tenía como objetivo acelerar un conflicto que se veía inevitable entre grupos étnicos: los autodenominados “blancos” y los demás. Para ello, se debía realizar un ataque preventivo contra el Gobierno, al que se acusaba de querer confiscar las armas de los grupos blancos.
Un reciente documental de HBO (An American Bombing: The Road to April 19th) vuelve sobre lo ocurrido en Oklahoma, pero con una diferencia: inserta el ataque como la culminación de proyectos radicales de supremacismo blanco en los que McVeigh estaba inserto. Con esto, busca reafirmar el rol que estos grupos (y su ideología) tuvieron en motivar este ataque, así como descartar la idea de que McVeigh actuó solo, aislando su responsabilidad colectiva. El documental realiza un estupendo trabajo de contextualización, al incluir testimonios de familiares de las víctimas y de especialistas, entre los que destaca la historiadora Kathleen Belew.
Un argumento central del documental es que el atentado fue completamente planificado, desde el día en que tuvo lugar, el edificio a destruir y los factores sociales y económicos detrás del mismo que derivaron en dicho acontecimiento. El punto de partida es el embargo de granos contra la Unión Soviética por la invasión de Afganistán en 1980, que motivó una movilización de granjeros en Estados Unidos, ya que afectó directamente la producción local. Varios de ellos se radicalizaron y desarrollaron un sentimiento antigobierno que fue de la mano con la creación de milicias armadas y un viraje a doctrinas extremistas.
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El sentimiento antigobierno se incubó también en otros grupos, que veían en el entrenamiento militar la mejor forma de defenderse del propio Gobierno norteamericano. Algunos buscaron cortar todo vínculo con el aparato estatal (se negaron a pagar impuestos) y dieron lugar a comunidades de militantes radicales con familias enteras y armamento. Podían tener motivaciones políticas detrás como también religiosas, como ocurrió con los davidianos en Waco (Texas), dirigidos por un seudoprofeta llamado David Koresh. Alertados por la presencia de armas, el Gobierno estadounidense decidió intervenir la comunidad con un desastroso resultado de víctimas civiles y de las fuerzas del orden. Esto ocurrió el 19 de abril de 1993.
El asedio y ataque contra los davidianos influyó enormemente en los grupos extremistas, confirmando (según su distorsionada visión) que el Gobierno efectivamente buscaba atacarlos. McVeigh fue filmado de casualidad durante el asedio en Waco, donde se encontraba repartiendo propaganda extremista. Un año antes, los federales irrumpieron en una cabaña en Idaho (Ruby Ridge) para intentar arrestar a un líder extremista separatista, Randall Weaver, bajo cargos de posesión de armas de fuego. La operación terminó con civiles muertos y Weaver bajo arresto tras once días de asedio.
McVeigh siempre reivindicó el atentado de Oklahoma como una venganza contra el Gobierno por lo ocurrido contra Koresh y Weaver. No es casualidad que el día del atentado coincidiera con lo ocurrido en Waco, en una suerte de conmemoración macabra. Además, el edificio Alfred P. Murrah no fue elegido al azar: se trataba de un símbolo del Gobierno federal que albergaba 17 agencias y cerca de 445 personas. El día del atentado, hubo 361 personas en las instalaciones y 21 niños en la guardería. Había sido construido con granito y concreto e inaugurado en 1977.
McVeigh fue procesado y ejecutado con inyección letal. Su socio Terry Nichols fue condenado a cadena perpetua, y hace tres semanas celebró 69 años en una prisión de Colorado. Donde estuvo el edificio de nueve pisos hoy se levanta un memorial de dos caras; una de ellas lleva inscrita “9:01”, en referencia al minuto anterior a la explosión. La parte opuesta lleva “9:03”, en alusión al minuto después de la bomba. Las familias siguen aún lidiando con el dolor y soportando ocasionalmente a conspiracionistas para quienes el atentado fue una conspiración del Gobierno.
El próximo año se cumplirán 30 años del atentado, pero la causa subyacente (la presencia de grupos radicales supremacistas) no ha desaparecido del todo. Los ataques a las Torres Gemelas iniciaron un nuevo ciclo de grupos radicales que resurgieron en la esfera pública, alentados luego por el triunfo de Donald Trump y medios informativos que propagaban teorías conspirativas por doquier. Una de las lecciones de Oklahoma es que atentados como estos surgen de entornos intoxicados de noticias falsas y cuando el quiebre de normas básicas de convivencia social no solo se tolera, sino que se alienta desde los medios y las autoridades mismas.
Historiador. Radica en Santiago de Chile, donde enseña en la Universidad Católica de Chile. Es especialista en temas de ciencia y tecnología. Su libro más reciente es Los años de Fujimori (1990-2000), publicado por el IEP.