En el agitado ecosistema político-periodístico peruano, las supuestas “verdades” nos parapetan en nuestras posiciones y solo tendemos a escuchar o leer –si es que leemos– aquello que refuerza lo que queremos creer porque la contingencia de la vida nos dirige a un lado u otro, a una identidad o a otra. Es decir, en el caso del público en general, no nos mueve la voluntad de estar informados y llegar a la “verdad”, sino, más bien, una atávica pulsión de tener la razón y, en el caso de los zorros políticos implicados en delitos, la de modificar la información de acuerdo a su conveniencia judicial. “Por la razón o por la fuerza”, dice el escudo chileno, que es una adaptación del lema en latín “aut consilio aut ense”, el cual significa “o por consejo o por espada”, y resulta ciertamente aplicable a la guerra informativa, la guerra entre “verdades”, la lucha por el poder, como diría Foucault, que se libra todos los días en nuestro país.
Nos hemos acostumbrado a imponer un esquema, una narrativa, una “verdad”, a punta de la fuerza bruta que implica hasta falsear la información de manera altisonante, ruidosa y en coro organizado de operadores. Los datos que publica la jungla mediática no solo se filtran y se filetean seleccionándolos interesadamente, que sería el límite, sino que ese límite se cruza y se miente.
Hagamos gimnasia con la más reciente bomba racimo de información: el testimonio del exasesor de Patricia Benavides, Jaime Villanueva, cuyas declaraciones han sido y seguirán siendo canibalizadas, a conveniencia de los políticos o de los “periodistas” que, ya sin vergüenza alguna, defienden los intereses de esos políticos embarrados de corrupción, dependiendo de quién se trate. ¿Todo lo que dice un colaborador eficaz es cierto?, ¿todo lo que dice un colaborador eficaz requiere del mismo nivel probatorio?, ¿por qué unos medios resaltan unas declaraciones, del mismo testimonio, y otros, otras? ¿A quién le conviene que todo el caso Lava Jato se caiga? ¿Un periodista y sus fuentes están al mismo nivel que un funcionario público o un líder político?, ¿qué es más importante, sancionar a Odebrecht o sancionar a los políticos que corrompió?, ¿qué pasa cuando un periodista obtiene un dato relevante antes que un fiscal? La “verdad”, pues, bien puede ser una especie de error, una ilusión, útil y necesaria para el mantenimiento de nuestro orden subjetivo. «Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal”, afirmaba Nietzsche en Verdad y mentira en sentido extramoral.
Sugiero que tan solo miren los periódicos y programas políticos de “ayer”, para que saquen la cuenta de cuántas “verdades” eran verdades. No obstante, el filósofo alemán también utiliza el término “verdad” desde otro ángulo en La gaya ciencia, allí se pregunta: “Esta voluntad incondicional de verdad: ¿qué es?”. La voluntad de verdad significa que no queremos engañarnos, nuestro compromiso con la verdad nos lo impide. Es decir, la exigencia de veracidad nos lleva a sospechar de todo aquello que se nos presenta como verdad y tal es la clave para que tendamos a asumir un bando en esta guerra de la información y no ponernos al medio. En Aurora, publicada un año antes que La gaya ciencia, Nietzsche formula su famoso y tan útil perspectivismo: “Veo y obro dentro de un espacio limitado y la línea de ese horizonte es mi más próximo destino […], del cual no puedo escapar. Alrededor de cada ser se extiende un círculo que le pertenece. Medimos el mundo con arreglo a estos horizontes en que nuestros sentidos nos encierran […]. Llamamos sensación a esta manera de medir, ¡y en sí todo es error! […] Los hábitos de nuestros sentidos nos envuelven en un tejido de sensaciones mentirosas que son la base de todos nuestros juicios y de nuestro entendimiento. No hay salida, no hay escapatoria, no hay atajo alguno hacia el mundo real. Estamos en nuestra tela como la araña, y sea lo que quiera lo que cacemos, no podrá ser nunca más que aquello que se deje enredar en la tela”.
A esto hay que añadirle, además, que todo lo que podemos entender está determinado por lo que hemos experimentado a lo largo de nuestras vidas y el contexto cultural en el que nacimos. “Se carece de oídos para escuchar aquello a lo cual no se tiene acceso desde la vivencia”, dice el filósofo.
Ahora bien, nuestra experiencia es limitada. Así pues, las perspectivas son inevitables e indispensables y tienes que tomarlas en cuenta si es que realmente quieres dialogar y encontrar la “verdad” o lo más parecido a ella.
Nuestra existencia tiene un carácter perspectivista e interpretador. Una existencia sin interpretación, sin “sentido”, se convertiría en un absurdo o “sin sentido”. Para Nietzsche, este perspectivismo no significa una clausura: no se puede “decretar desde nuestro rincón que solo se pueden tener perspectivas de este rincón”, sino que “el mundo encierra infinitas interpretaciones”. Ahora bien, que las perspectivas sean imprescindibles no equivale a que sean verdad. Nietzsche acepta que “la falsedad” no es ya una objeción, puesto que “la cuestión está en saber hasta qué punto […] favorece la vida […]” de modo que “la no-verdad es condición de vida”. Así pues, “la verdad” y “falsedad” se subordinan a nuestra conveniencia o lo que creemos que es nuestra conveniencia.
El perspectivismo ejerce, primero, una función crítica de los “hechos”, de la “verdad”, del “significado”, de la “realidad”. Nuestra particular perspectiva de la información política termina siendo la manera misma en que interpretamos los datos que nos brinda, por ejemplo, el periodismo. No hay conocimiento, verdad, sin el horizonte de significado que los posibilita, un horizonte que no podemos rebasar, pues nos constituye, un horizonte en el que opera el poder de la “verdad” que no es más funcional, ya sea como político o persona. En la actual coyuntura, cada perspectiva es una posición sobre el testimonio de Villanueva, una manera de valorarlo, este es el elemento inherente a toda perspectiva.
Por último, creo que Foucault complementa el análisis de esta polarización, asumiendo que el poder no se detenta o posee, sino que se ejerce. Para que haya poder tiene que haber resistencia y la resistencia es la otra cara del poder. El poder de la información, por tanto, es también una lucha constante, una guerra entre las “verdades”. El asunto es terriblemente simple: una temporada una “verdad” triunfará sobre la otra y viceversa. Sucede en el Congreso, donde la fuerza de los votos impone una “verdad” sobre otra, sucede en el Ejecutivo, en el TC, en la familia, en la vida. El ejemplo más reciente: cuando Castillo era presidente y Dina Boluarte su vice, la denuncia constitucional por el caso club Apurímac era gravísima y su utilización, parte de la estrategia “patriótica” para tumbarse la plancha. Ahora que Dina, la otrora “Dinamita”, es la presidenta alineada, acaban de archivar la denuncia y tampoco hubo “fraude”, es decir, la “verdad” ya es otra.
René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.