Subjetividades sobre la fidelidad en el amor, por René Gastelumendi

“Pacto es pacto, y todo, hasta la infidelidad, se puede acordar, para no mentir. Nadie nos puede quitar el derecho a soñar con el amor incondicional y la lealtad a prueba de balas”.

Parto del hecho de que el “conocimiento” que pretendo compartir es producto de dos epistemes personales que conforman mi subjetividad: el primero es el de la cultura protagónica, familiar y externa, con la que crecí, que, inexorablemente, deja huella, es marco. Ya que hablamos de huellas, la segunda episteme es mi historia sentimental particular, la que me ha tocado vivir.

Siento que debo hacer ese disclaimer para meterme a hablar de un tema tan delicado como lo es la fidelidad. Parto también sobre el hecho de que la fidelidad, la exclusividad sentimental y sexual con otra persona, es un acuerdo, como episteme general. Qué más quisiera uno o una, que su pareja solo nos ame a nosotros, que solo quisiera tener sexo con nosotros y que nosotros también estemos –eternamente– en esa sintonía mágica más allá de la obligación adquirida de cumplir con el pacto, es decir, que no sea solo un compromiso, sino que tampoco nos provoque.

¿Existe tal cosa tan linda? Aquello es poco frecuente, por lo menos en la parte sexual, pues, siendo realistas, es el terreno donde los deseos afloran con mayor tenacidad porque de por medio puede haber hasta necesidades biológicas, primitivas y hasta psicológicas, como es la urgencia de validación, que también puede ser muy primitiva, ojo. De allí viene el famoso: “No somos animales”, pero lo cierto es que sí, también somos animales, a quienes nuestra inteligencia nos puede jugar las peores pasadas, más que facilitarnos la existencia.

Así nos alucinemos las criaturas preferidas de Dios, “hechos a su imagen y semejanza”. No desear, de cuando en cuando, otro cuerpo que no sea el de nuestras parejas, no es humano. No me voy a refugiar en los experimentos con ese pequeño roedor llamado “ratón de la pradera”, a quienes muchos científicos han utilizado para sustentar la fidelidad natural, tratando desesperadamente de demostrar lo indemostrable.

No voy a admitir porque no hay amor de por medio que, gracias a la discutible inoculación de concentraciones de calcio en sus neuronas, que hacen fluorescencia ante ciertos estímulos, las neuronas de esas ratitas de bosque hacen una sinapsis particular cada vez que ven a la hembra con la que se han reproducido. No somos ratas de laboratorio, pero sí lo somos, caray, aunque en nuestro caso todas las conclusiones son acuerdos tan volátiles y cambiantes como el propio acuerdo de ser fieles.

El detalle es no dejar de desear a tu pareja, dirán algunos, al mismo tiempo que, circunstancialmente, deseas a otra persona y, el mérito, la cosa, el asunto, dirán esos mismos, es resistir a las tentaciones por el amor que le profesas a tu pareja, entonces priorizas. Es decir, un vínculo sólido y saludable, incluyendo la parte erótica, en principio, sería necesario y suficiente para poder ofrecer o plantearte ofrecer fidelidad, para lucharla, sin hablar todavía de la familia, que es otra construcción, otro acuerdo.

Si deseas sexualmente a otra persona más que a tu pareja, ya sea circunstancial o recurrentemente, empiezan los dilemas serios, y si deseas sexualmente a otra persona y ya no deseas sexualmente a tu pareja, en mi experiencia y la de todo lo que me rodea, el acuerdo sobre la fidelidad ya no tiene futuro, está quebrado.

Hace poco, por ejemplo, una amiga que lleva 30 años de casada y que estaba en conversaciones para divorciarse, me contó que una mañana se encontró con su esposo, que llegaba de viaje, en el pasillo hacia su cuarto, que apenas se vieron empezaron a besarse y que luego tuvieron sexo. La reflexión que le propuse a esta amiga fue simple: no te divorcies, pues si después de 30 años puedes seguir disfrutando del sexo con tu pareja, no la dejes ir, que eso no ocurre así nomás, que la mayoría de mis amigos y amigas que llevan años de años de casados y casadas ya casi no tienen sexo, o incluso ya no hacen el amor porque el deseo sexual se extinguió, murió. Así de crudo.

Por otro lado, no es justo, nada justo, en estas ligas, que la pareja de uno, o uno mismo, compita con novedades, con la irresistible energía de la novedad. Nosotros y nuestras parejas somos novedades para otras parejas y la soltería. Somos “carne fresca”, “nueva”, como se dice, así como quienes integran esas otras parejas y la soltería en pleno nos representan lo mismo en sentido inverso. Todo es de ida y vuelta.

Habrá quienes digan que, por favor, no todo es sexo. Mentira. El sexo está en todo, de ida y vuelta. Reto a todos y a todas a ejercer la honestidad brutal de mostrar la actividad pura y dura en sus celulares, para que el mundo se acabe de una buena vez. Más allá del sexo, ya ingresando al sinuoso terreno de los sentimientos, el reclamo por la justicia en la percepción de las tentaciones es la misma. Las parejas somos y estamos, el tiempo nos juega a favor, pero también en contra. Otra vez la novedad, el enemigo silencioso. Pónganse a pensar: todos y todas somos el amor frustrado de alguien, todos y todas tenemos uno o varios amores frustrados que no se concretaron por x razones.

Si hay algo más poderoso que la novedad, es el misterio, el enigma de aquello que hemos idealizado porque nunca lo vivimos día a día, desgastándolo, como a nuestras parejas y ellas a nosotros, que ya estamos seducidos y seducidas. No podemos compararnos ni comparar a nuestras parejas con la novedad que representan otros seres solteros o casados ni con el misterio y el enigma de los amores que nunca fueron o terminaron antes de tiempo.

Eso es trampa, no hay igualdad de condiciones, pues no se puede competir con idealizaciones a las que el empirismo no les ha tocado su puerta. ¿Quieres ingresar al planeta de las idealizaciones? Termina con tu pareja, para que veas, o imagínate que tu pareja termina súbitamente contigo y también verás cómo ambos se pueden convertir en idealizaciones.

En fin, es tan corto el amor y tan largo el olvido, dice el poeta, pero yo creo que es al revés. ¿Desde cuándo el ser humano empezó a ser monógamo? Mi pequeña investigación: dicen que desde el neolítico, entre 6.000 a 3.000 a. C., cuando la vida nómada quedó atrás y los seres humanos comenzaron a asentarse en poblaciones estables y ya no se compartía tanto la caza, el refugio, los alimentos, la crianza de los hijos y la actividad sexual. De esta manera, se asegura la supervivencia del clan.

Proteger a los hijos, ya que tienen un desarrollo más lento en comparación con el resto de los animales, evitar enfermedades de transmisión sexual y una forma de organización social para la repartición de los bienes serían algunas de las razones que nos llevaron hasta la abstracción de la monogamia. De este modo, la monogamia surgió como un modo de ordenar a la sociedad en unidades familiares que, hasta el día de hoy, siguen constituyendo la unidad básica de la estructura social. Pura biopolítica, como diría Foucault.

Para terminar mis reflexiones: uno no siempre fue, es ni será el mismo. Los seres devenimos y no es igual hablar de fidelidad a los 20 que a los 50, aunque al pacto sea el mismo. Pacto es pacto, y todo, hasta la infidelidad, se puede acordar, para no mentir. Nadie nos puede quitar el derecho a soñar con el amor incondicional y la lealtad a prueba de balas.

René Gastelumendi

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René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.