Por: Ramiro Escobar
Un golpe de Estado o violentos enfrentamientos en el África no suelen ser una noticia de peso en esta parte del mundo, donde tenemos nuestros propios dramas. Pero esa displicencia con las tragedias africanas no nos ennoblece para nada. Implica ignorar que formamos parte del mismo mundo, y que las más de 200 personas que acaban de morir en Sudán no importan.
Hay más de 1.000 heridos, además, y una inestabilidad que puede volver a sumir a este país en una tragedia humanitaria de espantosas dimensiones. La llave de este conflicto está en una disputa furiosa por el poder: el general del Ejército Abdel Fattah al-Burhan, que gobierna de facto, está enfrentado a su antiguo socio, el jefe paramilitar Mohamed Hamdan.
También conocido como ‘Hemetti’, Hamdan es alguien que lidera las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), que, junto con su ahora enemigo, pretendieron liderar la transición tras la caída del tirano Omar al-Bashir en el 2019. Ambos prometieron que llegaría un gobierno civil, y justo cuando esto parecía hacerse posible comenzaron a enfrentarse furiosamente.
Uno de los nudos perversos de esta asonada, que podría derivar en una guerra civil, es la presencia de importantes minas de oro en el norte del territorio. Según la BBC, hay cerca de 40.000 sitios de donde se extrae. La codicia inocultable por esa riqueza ha activado dos males en grado sumo: la violencia armada y el desastre ambiental.
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Las cantidades de mercurio y arsénico que se utiliza para sacarla son de horror, al punto que han provocado alarma en la OMS. Pero, como suele ocurrir, a ninguno de los bandos en pugna eso le importa mucho. La sed de poder, y de oro en este caso, ha hecho que ambos choquen sin piedad, mientras la población sufre los estragos de tal miserable pelea.
Por si no bastara, a pesar de su pobreza y su inestabilidad, Sudán es visto con interés por Rusia, por Estados Unidos y por China. Para el Kremlin, lo que interesa es instalar una base militar en el mar Rojo, en territorio sudanés; para Estados Unidos, contener a Rusia, pero también a China, que a la vez pretende ampliar su esfera de influencia, especialmente en el campo económico.
La consecuencia fatal es lo que estamos viendo: balas corriendo en las ciudades y una población civil no solo ninguneada sino, además, con escasas posibilidades de propiciar un régimen mínimamente democrático. Incluso si se logra, los dos señores de la guerra tendrán influencia en un nuevo Gobierno, porque finalmente las minas de oro siguen allí brillando.
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Ojalá hubiera fuerzas de apoyo rápido para alcanzar una negociación. Aunque todo indica que, como en Ucrania o en Siria, se jugará al cansancio, al agotamiento militar. A la espera de ello, los ciudadanos serán diezmados, primero por las armas y luego quizás por el hambre. Porque en esta aldea universal más vale un lingote reluciente que la vida de un niño sudanés.
Lic. en Comunicación y Mag. en Estudios Culturales. Cobertura periodística: golpe contra Hugo Chávez (2002), acuerdo de paz con las FARC (2015), funeral de Fidel Castro (2016), investidura de D. Trump (2017), entrevista al expresidente José Mujica. Prof. de Relaciones Internac. en la U. Antonio Ruiz de Montoya y Fundación Academia Diplomática. Profesor de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Fundación Academia Diplomática.