¿Cuánto puedo retirar de mi CTS?

No todo lo que brilla es oro

“Debemos regular las nuevas tecnologías con mucho cuidado, para no frenar la innovación que es siempre disruptiva, pero que, bien utilizada, puede generar grandes beneficios”.

Por: Miguel Palomino. Presidente del Instituto Peruano de Economía (IPE). Director de maestría en Finanzas, Universidad del Pacífico.

En las últimas semanas se ha dado una debacle sin precedentes en las criptomonedas a nivel mundial. La mayoría de los lectores seguramente se preguntará ¿qué es eso y a mí cómo me afecta? Unos cuantos se estarán lamentando de haber perdido mucho dinero en criptomonedas.

Quizás alguno se acuerde de la pirámide de CLAE, donde miles de personas al final lo perdieron casi todo por creer que se podía generar dinero de la nada. Lo que está pasando con las criptomonedas es en parte similar y en parte muy distinto.

Lo diferente es que debe dejarse en claro que la tecnología sobre la cual se basaron las criptomonedas no es lo mismo que las criptomonedas y que un gran potencial de desarrollo persiste utilizando esa tecnología correctamente. Esta tecnología, llamada blockchain seguramente volverá a aparecer en el futuro, pero explicarla, incluso brevemente, tomaría más que una columna y yo no soy un experto.

Lo similar es la forma en que efectivamente se vendieron la gran mayoría (¿todas?) de criptomonedas al público: una manera fácil de ganar mucho dinero. Casi todas las criptomonedas que existen no tienen ningún valor intrínseco; es decir, su valor está dado por el hecho de que suficientes personas creen que lo tiene.

Esto no es tan raro como parece. Algo parecido sucede con el oro, por ejemplo. Vale porque desde hace miles de años las personas le dan valor y lo utilizan como una forma de conservar valor o ahorro. Si las personas algún día pensaran que no es en realidad una buena forma de guardar valor, el oro se volvería como cualquier otro metal y valdría una fracción de su precio actual. Probablemente, no suceda nunca, pero es cierto que eso pasaría.

Así, para la mayoría de las personas, las criptomonedas esencialmente no servían para nada más que comprarlas esperando que alguien las quisiera comprar a un precio más alto en el futuro. A esto, que como vimos no es tan raro, se le llama, en economía, una “burbuja”.

El ejemplo clásico es la burbuja de los tulipanes en Holanda en 1636. Cuando por algún motivo los tulipanes comenzaron a subir de precio y se comenzó a especular que subirían más y más, ¡un tulipán llegó a valer lo mismo que una buena casa! Hasta que se desinfló la burbuja y todo volvió a la normalidad.

Más reciente es la burbuja de internet de 1998 al 2001, en la cual bastaba que una empresa tuviera en el nombre .com para que subiera su precio. Esa burbuja acabó con un colapso de 75% en el índice de acciones Nasdaq de Nueva York.

Al igual que la tecnología de internet originó una burbuja, la tecnología del blockchain ha originado otra y estamos viendo el final. Pero también es cierto que internet ha sido muy beneficiosa pese a su burbuja inicial y lo mismo puede pasar con la tecnología del blockchain.

Además, es importante notar que existen muchas personas para quienes las criptomonedas fueron una bendición, pero por otros motivos. Al no estar reguladas (como sí lo están los bancos, por ejemplo) y no asociarse a personas sino a cuentas cifradas en internet, las criptomonedas se volvieron una forma de esconder y trasladar fortunas mal habidas. A la vez, la ausencia de controles se prestaba a generar conductas muy riesgosas o fraudulentas.

En resumen, un ambiente propicio para burbujas (el exceso de dinero generado por la pandemia a nivel mundial) más la ausencia de regulación llevaron a que, predeciblemente, se cometieran numerosos excesos.

Las lecciones que tenemos que aprender son varias. Primero, que la regulación existe para evitar los excesos y no por puro ánimo controlista. Segundo, que si algo suena muy bueno para ser cierto, casi siempre es porque no lo es. Tercero, que debemos regular las nuevas tecnologías con mucho cuidado, para no frenar la innovación que es siempre disruptiva, pero que, bien utilizada, puede generar grandes beneficios.

Miguel Palomino

De La Oroya. Economista y profesor de la Universidad del Pacífico y Doctor en Finanzas de la Escuela de Wharton de la U. de Pennsylvania. Pdte. del Instituto Peruano de Economía, Director de la Maestría en Finanzas de la U. del Pacífico. Ha sido economista-jefe para AL de Merrill Lynch y dir. gte gral. ML-Perú. Se desempeñó como investigador GRADE.