¿Cuánto puedo retirar de mi CTS?

Macondo y Comala

“Los políticos en el poder no han creado esta situación, que los excede y antecede. Pero no hay duda que están poniendo todo de su parte para empeorarla”.

Gabriel García Márquez y Juan Rulfo crearon dos de los lugares míticos más importantes de la literatura latinoamericana. Juan Carlos Onetti hizo lo suyo con Santa María, sin alcanzar la popularidad de Macondo –sin duda el más conocido de todos– o Comala. Probablemente quien los inspiró a todos fue William Faulkner con su condado de Yoknapatawpha.

Sometido al ejercicio angustiante y deprimente de leer las noticias cotidianas de nuestro país, me encontré pensando –asociaciones libres las llamamos los psicoanalistas–, en cuál de estos lugares soñados por grandes escritores nos representa mejor. Admito la futilidad del curso de mis pensamientos. No obstante, las asociaciones libres en ocasiones conducen a descubrimientos interesantes.

Macondo nos invita a la magia de la existencia. A encontrar el vuelo en unas sábanas tendidas al sol en un cordel para secarse, en unas mariposas amarillas o el amor. Pese a no escatimar la violencia en la saga de la familia Buendía –cuyo nombre mismo es signo de amabilidad–, la magia prevalece y nos alegra. Macondo es un lugar en el que prevalece la esperanza en la condición humana, capaz de hallar luz cuando todo parece perdido.

Acaso sea mi estado de ánimo, pero me siento más identificado con Comala, en donde casi todos están muertos pero el propio narrador lo ignora. El progresivo descubrimiento de las consecuencias de la tiranía de Pedro Páramo es un descenso al infierno: “Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del Infierno. Con decir que muchos de los que allí se mueren, al llegar al Infierno regresan por su cobija”.

No es difícil equiparar esta odisea –libro en donde Ulises también desciende al mundo de los muertos– con lo que nos está sucediendo a los peruanos. Cierto, los políticos en el poder no han creado esta situación, que los excede y antecede. Pero no hay duda que están poniendo todo de su parte para empeorarla. Rosa María Palacios, en su artículo del domingo en este diario, enumera lo que ella llama con propiedad la destrucción de las grandes y pequeñas cosas: desde la educación pública hasta la economía y la cultura. Hace poco volví a visitar con emoción y envidia el museo antropológico de Ciudad de México, recordando con tristeza el abandono del de Pachacámac, citado por Rosa María.

El tópico del descenso al inframundo, desde Homero y Dante hasta Juan Rulfo, preludia un proceso de iluminación y redención. Ojalá nos suceda lo que anuncian los libros.

La República

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